sábado, 7 de septiembre de 2013

La memoria del elefante blanco

Historia Social y Discursiva del Estadio Nacional


Tesis Académica de Adolfo Rafael Cozzi Figueroa para obtener el Grado Académico de Licenciado en Comunicación Social
y Título Profesional de Periodista, Universidad de las Comunicaciones (UNIACC),enero 2013

Registro Propiedad Intelectual Nº 224.621, todos los derechos reservados




Resumen
Este estudio analiza seis importantes discursos desde el Estadio Nacional de Santiago de Chile, en diferentes momentos históricos: 1944, 1946, 1970, 1987, 1990. Se demuestra que el contenido de todos ellos, —salvo el del expresidente Salvador Allende, en 1970, referido a la promesa de justicia social en términos de una sociedad más igualitaria, nunca se aplicó en la realidad política y social de Chile. En consecuencia, desde la definición de ideología de Althusser, según la cual las ideas que no se materializan en actos prácticos son, como Freud los describió, solo sueños vacíos, sin significado,  construidos con los residuos de la experiencia diaria. Aplicando, además, el enfoque epistémico del Análisis Crítico del Discurso propuesto por Van Dijk, que permite un punto de vista militante en la causa contra los poderosos y a favor de los oprimidos, se establece que, en el pasado, el proceso histórico chileno se deslizó vertiginosamente en la pesadilla Golpe de Estado de septiembre de 1973, por la incapacidad, falta de voluntad, o imposibilidad fáctica de los líderes para cambiar la estructura política y económica de un país profundamente dividido entre una rica minoría que concentra todo el poder económico y una mayoría dramáticamente empobrecida.
  
Abstract

This work analyzes six important speeches made at the National Stadium in Santiago, Chile, during different historic moments: 1944, 1946, 1970, 1987 and 1990. It proves that the ideological content of all them —except the one by former president Salvador Allende in 1970—, containing the promise of social justice in terms of a more equal society, was never applied in chilean social and political reality. Thus, from the approach of Althusser’s definition of ideology that ideas that are not materialized in practical acts are, as Freud described them, only empty dreams, meaningless, constructed with the residues of daily experience. Also using Van Dijk’s epistemic focus of Critical Discourse Anaylsis, which means to have a militant point of view against oppression and in favor of those oppressed, we can consider that in the past, Chile’s historical process has plunged into a nightmare –september 1973 Coup d’État– because of the incapacity, lack of will, or factual impossibility of leaders to change the political and economic structure of a country profoundly divided among a rich minority that has concentrated all the economic power and a majority dramatically impoverished.



INTRODUCCIÓN
Lo medular de esta tesis es demostrar en un relato correlacionado con la praxis social de Chile, que el Estadio Nacional, como espacio discursivo, ha sido evidencia del incremento de la brecha de desigualdades en la sociedad chilena desde su inauguración en 1938 y hasta 1990.
            El tema, por lo tanto, es el discurso público como evidencia de notas etnográficas que dan cuenta de los acuerdos y tensiones que, a su vez, configuran el devenir social, político, identitario y cultural de una comunidad. Es decir, un fragmento de la memoria chilena, entendida en el sentido del Análisis Crítico del Discurso (ACD) que apuntan, Teun Van Dijk, Norman Fairclough y Ruth Wodax en el sentido de que “[…] lo característico del ACD es que toma partido a favor de los grupos oprimidos en contra de los grupos dominantes, y que manifiesta abiertamente la vocación emancipadora que lo motiva” (Van Dijk, 2002, p. 368). Para el caso de esta indagación, se abordará una parte del corpus discursivo materializado en el Estadio Nacional de Chile desde su inauguración, en 1938, hasta el acto realizado en marzo de 1990, con motivo de haber iniciado su período presidencial Patricio Aylwin Azócar.
            Se entiende, por lo tanto, que el referido coliseo deportivo ha devenido mucho más que un espacio arquitectónico e, igualmente, que un espacio que solo connota la relevancia de la práctica del deporte. La demostración de esta trascendencia se inscribe, en consecuencia, como parte del tópico del estudio que se presenta. En efecto, a través de su historia, el Estadio Nacional no solo ha sido el escenario de  actividades deportivas, sino también un espacio de hechos sociales, culturales y  políticos de gran trascendencia.
            Así, el tema de esta indagación supone abordar aquel ámbito discursivo que se materializó en el Estadio Nacional como expresión polisemántica de la memoria histórica de Chile, desde los actos de diversa índole realizados en su espacio desde  su inauguración en 1938 hasta 1990.
            Un estudio etnográfico de los usos distintos del recinto a través de su historia puede ser revelador de diferentes contextos, sociales, políticos y culturales, y por ende, del devenir de la sociedad chilena.
            Para los efectos del presente estudio, aparte de señalar lo más relevante de todos los discursos indicados en el anteproyecto, se analizarán con mayor profundidad, según el marco teórico expuesto más adelante, seis discursos que fueron materializados por los personajes públicos en el año que se indica: Alberto Hurtado, 1944; Gabriel González Videla, 1946; Salvador Allende, 1970 y 1971; Papa Juan Pablo II, 1987; Patricio Aylwin, 1990.
            Todos ellos tienen en común el llamado, sostenido durante casi siete décadas, para construir una sociedad democrática, más justa y equitativa. Sin embargo, la realidad social y política se caracteriza por contradecir las intenciones expresadas, generándose a través del tiempo una brecha de desigualdad que persiste hasta el día de hoy, como lo reconocen actores políticos de todas las tiendas y aun la iglesia Católica.  “No podemos tener gratuidad en un país tan desigual como Chile”, declaró Harald Beyer, ministro de Educación, a radio Duna, el 26 de abril de 2012. Y monseñor Ezzati, arzobispo de Santiago:
Chile ha sido uno de los países donde se ha aplicado con mayor rigidez y ortodoxia un modelo de desarrollo excesivamente centrado en los aspectos económicos y en el lucro. Se aceptaron ciertos criterios sin poner atención a consecuencias que hoy son rechazadas a lo ancho y largo del mundo, puesto que han sido causa de tensiones y desigualdades escandalosas entre ricos y pobres (Carta Pastoral, 2012).
            Esta contradicción de vectores, o ausencia de correlación entre el decir y el hacer, o lo que sucede realmente, explicaría la instalación de un  conflicto mayor en la sociedad chilena, a saber, la pugna entre dos modelos político-económicos diametralmente opuestos: anticapitalismo y neoliberalismo (Corvalán, 2001), lo que derivó en la instalación del segundo por la vía armada, en lo que fue la tragedia histórica de septiembre de 1973, cuyos efectos convertirían el Estadio Nacional en campo de concentración para partidarios, simpatizantes, o sospechosos de afinidad con la Unidad Popular, sin descartar a delincuentes comunes, lumpen y traficantes de droga como el famoso Cabro Carrera; así, el Estadio Nacional deviene lugar emblemático de dolor, tortura y muerte: reflejo especular de lo que vivió Chile durante 17 años.
            Desde luego, el tópico y propósitos de esta investigación se entrelazan esencialmente con la experiencia de vida del autor de la misma, quien permaneció detenido durante 42 días en el Estadio Nacional, tras el Golpe de Estado de 1973. Por ello, el recinto deportivo es un referente obligado en la existencia del autor, que trasciende a lo solamente académico, pero que no se opone a esto. Como plantea Morin (2009, p. 118), en materia de ciencias humanas no se puede aplicar el paradigma de simplificación; las realidades de las personas, abordadas epistemológicamente, requieren la complejidad que implica imbricar desde los datos factuales, pasando por los documentales, y también los testimoniales. No quiere el autor, sobre esta base, dejar de lado ese testimonio y los juicios de valor que obviamente implica. Se basa, para tomar esta decisión, en que dicho contenido es un correlato que no solo resulta pertinente desde su voluntad, sino que, como se verá, forma parte de la compleja esencia de la realidad abordada en el estudio. Desde el punto de vista formal, estos fragmentos de testimonios se incluirán debidamente señalados con asteriscos en su inicio y su término. Al respecto, el propio Manual de Publicaciones de la American Psychological Association plantea que se debe aspirar a lograr un estilo “atractivo y persuasivo en un tono que refleje su interés en el problema” (2010, p. 66).
           
  LO ESENCIAL DEL MARCO TEÓRICO
En el análisis social del discurso, para comprender la relación entre las estructuras del discurso y  los contextos sociales globales y locales, hay que incluir también “las representaciones mentales socialmente adquiridas y compartidas que definen a las culturas y grupos y que organizan y supervisan sus creencias además de sus prácticas sociales y discursos” (Van Dijk, p. 64).
            Hasta aquí, la definición de ideología de Van Dijk es coincidente con la que definía Marx en sus años de juventud, como el sistema de ideas, de representaciones, que domina el espíritu de un hombre o un grupo social. (Althusser, 1969, p. 21)
            Pero yendo más lejos en el concepto de ideología, en la tesis de Althusser encontramos conceptos lúcidamente esclarecedores para el análisis crítico que nos proponemos hacer de los discursos pronunciados en el Estadio Nacional, a través de los cuales queremos develar por qué la sociedad chilena devino una de las más desiguales del mundo, ubicación que conserva hasta el día de hoy.
            Marx sostenía que la ideología no tenía materialidad, era solo “un puro suo, vacío y vano, constituido con los residuos diurnos de la única realidad plena y positiva, la de la historia, concreta, de individuos concretos, materiales, que producen materialmente su existencia” Y en ello se analogaba a la teoría de los sueños de Freud, en que estos están compuestos de manera caprichosa de los residuos de la vida real, diurna (Althusser, 1969, p. 22).
          La realidad plena y positiva, la de la historia, para aclararlo de inmediato, es la que, según el filósofo francés, Marx declara en el Manifiesto, al definirla como historia de la lucha de clases, es decir, como historia de las sociedades de clases.
          Althusser constata que Marx no avanzó más en la definición de ideología y después de declarar que la ideología no tiene historia propia porque su historia está fuera de ella, en la realidad de la historia de las sociedades de clase, remarca que no alcanza tampoco a ser la representación imaginaria, el sueño, el residuo de esa realidad, pues, en definitiva, solo expresa la relación de los individuos con esta.
          Enseguida, para abordar la estructura y funcionamiento de la ideología, propone dos tesis: en la primera, “en la ideología no está representado el sistema de relaciones reales que gobiernan la existencia de los individuos, sino la relación imaginaria de esos individuos con las relaciones reales en que viven” (Althusser, 1969, p. 25).
          En la segunda tesis plantea que la ideología tiene una existencia material. Primero, porque las prácticas de los aparatos ideológicos del Estado son la realización de una ideología, ya sea religiosa, moral, política, jurídica, estética, etc.  Son las ideas que el individuo, en calidad de sujeto, ha elegido libremente, con toda conciencia, y que dependen del aparato ideológico al cual ha adscrito.  “Si cree en Dios, va a la iglesia para asistir a la misa, se arrodilla, reza, se confiesa, hace penitencia (antes ésta era material en el sentido corriente del término) y naturalmente se arrepiente. […] Si cree en la justicia, se someterá sin discutir a las reglas del derecho, podrá incluso protestar cuando sean violadas, firmar petitorios, tomar parte en una manifestacn, etcétera. (Althusser, 1969, p. 26-27)
       Esa ideología, entonces, habl de  actos:  
Nosotros  hablaremos  d actos  en  prácticas. Y destacaremos que tales prácticas están reguladas por rituales en los cuales se inscriben, en el seno de la existencia material de un aparato ideológico, aunque solo sea de una pequeña parte de ese aparato: una modesta misa en una pequeña iglesia, un entierro, un matc de pequeñas proporciones en una sociedad deportiva, una jornada de clase en una escuela, una reunión o un mitin de un partido político (Althusser, 1969, p. 28).
            Esto es de la mayor importancia para este estudio, por cuanto, siguiendo la línea de razonamiento de Althusser, los discursos en los mítines del Estadio Nacional pueden ser considerados actos en prácticas inscritos en el seno de la existencia material de un aparato ideológico.
            Norman Fairclough y Ruth Wodax postulaban que uno de los objetivos del ACD es lograr desenmascarar la verdadera ideología del discurso.
Ni la carga ideológica de los modos particulares de utilización del lenguaje, ni las relaciones de poder subyacentes suelen resultar evidentes  a las personas. El ACD se propone lograr que estos aspectos opacos del discurso se vuelvan más transparentes (Fairclough y Wodak, 2000, p. 368).
En este estudio identificaremos, por tanto, el aparato ideológico al cual responde la práctica discursiva en cada caso particular. Considerando, por lo expuesto más arriba, las tesis de Althusser de que “[…] no hay práctica sino por y bajo una ideología [y que]  no hay ideología sino por los sujetos y para los sujetos” (Althusser, 1969, p. 29), porque son estos los que actúan según lo prescribe el aparato ideológico al que han adscrito (si es religioso católico, por ejemplo, cumplir con las prácticas rituales de arrodillarse, persignarse, etc.), lo que sugiere, según el mismo autor que “la ideología “actúa” o “funciona” de tal modo que “recluta sujetos entr los individuos (los recluta a todos), o transforma a los individuos en sujetos  (los  transforma   todos por  medi d est operación  muy  precis que llamamos interpelación”.
            Como ejemplo, propone el aparato ideológico cristiano, pero es aplicable a cualquier otro aparato (estético, jurídico, cultural, deportivo, entre otros): “Tod este  procedimiento’  que  pone  e escen sujetos religiosos cristianos está dominado por un fenómeno extraño: tal multitud de sujetos religiosos posibles existe solo con la condición absoluta de que exista Otro SujetÚnico, Absoluto, a saber, Dios” (Althusser, 1969, p. 34).
Para comprender lo anterior es necesario saber que Althusser plantea que “[…] la interpelación   los  individuos  como  sujetos  supone  la ‘existencia’ de otro Sujeto, Único y central en Nombre del cual la ideología religiosinterpela a todos los individuos como sujetos” (1969, p. 35).


CAPÍTULO PRIMERO
DISCURSOS INAUGURALES. EL PRESIDENTE QUE NO FUE ESCUCHADO

Proemio.
Desde un campo de concentración o Un fantasma recorre el Estadio Nacional
Todos los hombres felices se parecen, y los desdichados, lo son cada uno a su manera.
Inspirado en León Tolstoi
Él  lo es a la suya. Va descalzo y los pies sucios. Después de matarlo, le robaron los zapatos. Eran buenos. Bototos industriales. Los compró en la tienda de calzados Bata. Le costaron un sueldo y medio. En alguna parte de este elefante blanco deben estar –piensa. Todo el día está buscándolos. Recorre los túneles, pasadizos, escotillas, graderías, camarines. Repite una y otra vez el periplo de los días cuando estuvo detenido. El laberinto en el centro del cual estaban los interrogadores que, de pronto, le dieron muerte. No solo el edificio sino también el tiempo tiene aquí recovecos secretos. Sucede que en un abrir y cerrar de ojos llega a un lugar que no había visto antes o se encuentra de frente con gente de otras épocas. Transita por cada episodio de la historia del Estadio como el despertar siempre del mismo sueño a una realidad distinta.
            El jueves 27 de septiembre de 1973, lo llevaron prisionero.
La primera visión que tuve del lugar, acompañada siempre de la sensación de irrealidad que no se me ha quitado nunca más, fue la siguiente: un poco más allá de donde estábamos había una barra metálica que se alzaba tres metros del suelo y en ella, colgado, un preso con el torso desnudo y con los pies descalzos recibía los golpes de un corpulento oficial de la Fuerza Aérea, el cual parecía estar entrenándose como con un punching bag’. Ni el colgado prorrumpía el más leve quejido ni el aviador lo cuestionaba. Era un pugilato unilateral que se desarrollaba en el más estricto silencio. A los golpes cortos y rápidos, que apenas tocaban la piel pero que hacían columpiarse el cuerpo cada vez con mayor impulso, se sucedía un puñetazo certero y seco que lo frenaba. (Cozzi, 2000; p. 31)
            Tres días después de que lo asesinaran,  el Cardenal visitó el Estadio y les habló a los prisioneros.
Quizá muchos de ustedes no me conocen. Me llamo Raúl Silva Henríquez, soy cardenal de la Iglesia Católica. Represento a una Iglesia que es servidora de todos y especialmente de los que sufren. Quiero servirlos y, tal como Jesús, no pregunto quiénes son ni cuáles son sus creencias o posiciones políticas. Me pongo a disposición de los detenidos. Cualquier cosa háganmela saber a través de las autoridades (Memoria Chilena, s.f., p. 37)
            Obrero metalúrgico en la industria Mademsa, votó por la Unidad Popular y participaba en el sindicato de la empresa. Cuando fue intervenida y pasó a manos de los trabajadores, por antigüedad y experiencia, le pidieron que capacitara en soldadura al arco a trabajadores más inexpertos. Nunca fue muy creyente. Herminia, su señora, sí. Ella reza todos los días para que sus huesos  aparezcan; no ha perdido la fe de que podrá enterrarlos como Dios mandaSi los que lo mataron hubieran escuchado las palabras del Cardenal, tal vez aún estaría vivo. Pero nadie oye la voz del Señor -dice.
En su visita al estadio, el cardenal Raúl Silva Henríquez nos había dicho que rezaba para que no continuara la lucha fratricida que solamente traía odios a nuestro pueblo, que le había pedido a la Junta Militar que no se cometieran represiones innecesarias contra los prisioneros y que se les diera un trato digno (Cozzi, 2000, p. 52).


            Violeta, la enfermera, corrió el rumor de que Humberto está penando. Ella contó que lo había divisado con el rabillo del ojo, escapando hacia un box de la enfermería, a pie pelado, con los pantalones arremangados. Dijo que no le inspiró temor, sino desolación, lástima y compasión. Me quedó una impresión tremenda de tristeza, lo sentí en un abandono total –confesó.
            Cuando lo apercibió con el rabillo del ojo, la radio portátil, coincidencia o no, invocación o no, estaba tocando la canción:
[…]
Tantas veces me borraron,
tantas desaparecí,
a mi propio entierro fui
solo y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la única vez,
y volví cantando.
Tantas veces te mataron,
tantas resucitarás,
tantas noches pasarás
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.
(María Elena Walsh, 1972)

            Lleva arremangados los pantalones para que no se mojen cuando cruza el césped recién regado de la cancha. Le gusta ir por la grama húmeda hasta el centro del campo de juego. Ahí hay un cenotafio. El suyo.
Esa noche tuve un sueño: mis ojos eran los de un ave, mi mirada planeaba ora en el cielo azul, ora en el verde del césped de la cancha de fútbol. El sol, radiante, no me encandilaba, y su luz influía en las cosas otorgándoles perfiles exactos, nítidos, haciendo más breves las distancias y aumentando el tamaño de los objetos más lejanos. Iba describiendo una espiral alrededor del estadio, espiral que se fue cerrando cada vez más sobre el centro del campo de juego: ahí, en la cabecera de una fosa, había una cruz. El estadio estaba vacío. Solo se oía el siseo de mi vuelo. Me posé en la cruz. Adentro de la fosa, semicubierto de tierra, había un cadáver con los ojos abiertos. Era el mío (Cozzi, 2000, pp. 77, 78).


* * *
¿Cómo fue que se llegó a esto? ¿Que el Estadio Nacional se convirtiera en campo de concentración de miles de partidarios del gobierno de la Unidad Popular? En lugar de suplicio y de crimen. Tantas veces aquí en el estadio, desde que se inauguró, oí discursos de personas importantes, y ahora muerto en pena oigo muchos más. Ellos dicen mucho para elucidar estos misterios.
* * *


Estadio Nacional, 1938
Estadio Nacional, 1938

 Antecedentes y realización
El Estadio Nacional surgió en medio del asombro y la desconfianza de la gente. Con suspicacia, los vecinos y quienes circulaban por esos sectores, vieron cómo esa mole de cemento comenzó a alzarse en medio del campo. Se erigía entre las viñas y los amarillos campos de yuyo de todo el territorio extendido desde el cerro Huelén hasta los pies de la Cordillera de los Andes. Aquel que los primeros hombres y mujeres de esta tierra, los Picunches, de la etnia mapuche, llamaron en idioma mapundungún “Ñuñohue”, lugar del ñuño (yuyo), y que hoy es una comuna de la gran capital, Santiago, llamada Ñuñoa, cuyo origen data de 1891, con una gran extensión de tierra que después se dividió en dos, dando origen a la comuna de Providencia en 1897.
            Al igual que muchos de los grandes e importantes proyectos públicos de nuestro país, el origen del estadio se debió a un hecho trágico. En mayo de 1936, una tribuna repleta de público en el lugar que ahora ocupa y que era conocido entonces como Campos de Sports de Ñuñoa, cedió ante el peso del gentío. Hubo decenas de muertos. De ese hecho surgió muy pronto la idea de construir un estadio monumental, moderno y seguro.
A mediados del año 1937, en un ascensor del Ministerio de Hacienda, se encontraron tres personas: el ministro del interior del presidente Arturo Alessandri, Gustavo Ross Santa María, el Presidente y el Vicepresidente de la Asociación de Fútbol de Santiago.
Un seco buenos días abrió la conversación.
– Hace tiempo que usted no sube –le dijo el ministro al presidente de la Institución Deportiva quien era al mismo tiempo Jefe de una Oficina de Hacienda.
– No tenía a qué –contestó el interpelado–. Pero ahora quisiera hablarle de algo que, aunque no es de su Ministerio, necesita su ayuda.
– Diga –puso atención el ministro.
– ¿Recuerda usted las huelgas de tranvías, las del carbón, las del salitre? Hoy no se ven y su fin coincide con la instalación del Estadio de Lo Sáez y los de Lota, Coronel, María Elena, Chacabuco, etc. ¿Será esto una coincidencia o será que el deporte contribuye a la tranquilidad social?
– No –lo interrumpió Ross–. Eso ha debido influir en gran parte.
– Entonces, Ministro, ¿por qué no dotar a cada ciudad y pueblo de un local de deportes proporcionado a la población?
– ¿Cuánto se necesita para eso?
– Veinte millones.
– ¿Servirían por ahora, diez?
– Naturalmente, sería eso un gran paso.
– Entonces vayan a ver a Vial (el Ministro de Educación en esa época) y díganle que si a él le agrada el proyecto me mande el decreto, siempre que una parte sea para el Estadio Nacional. (El Mercurio, 1938, p. 44)
Estas palabras produjeron la obtención de los primeros 3.500.000 pesos destinados a iniciar la obra grandiosa que poco después admiraría la ciudad entera.
Gracias al impulso del ingeniero y arquitecto Ricardo Müller Hess, quien tras haber asistido a los Juegos Olímpicos de Amsterdam de 1920, soñó con un estadio similar al de esa ciudad, dedicó su vida con infatigable tesón al proyecto y obtuvo el primer premio en el concurso de anteproyectos junto a Aníbal Fuentealba Bonniard y Alberto Cormatches Anríquez. Después de aguerridas discusiones sobre el lugar en que lo iban a emplazar –algunos lo querían en la comuna de Renca, otros en la Quinta Normal, o en Bellavista– se decidió que sería en el mismo lugar del antiguo Campo de Spots, fuera de los límites urbanos de Santiago.
El 26 de diciembre de 1937, la empresa Salinas y Fabres dio la primera palada de inicio de las obras.
Las obras fueron rápidas. En solo siete meses estuvo prácticamente terminado. Y el presidente Arturo Alessandri, a escasos 20 días de terminar su mandato, decidió inaugurarlo, bastante apurado, ya que los baños no estaban aún habilitados y ni siquiera llegaba todavía el agua potable.

Inauguración del Estadio Nacional, 3 de diciembre de 1938

Inauguración. Discurso del Presidente Alessandri: el elefante blanco.
Fue inaugurado el sábado 3 de diciembre de 1938.
Ochenta y cinco mil personas en las graderías, la pista y el césped, entonaron, precedida de clarines, la Canción Nacional. Desfilaron las delegaciones deportivas de Argentina, Brasil, Perú, Uruguay y Venezuela. Las alumnas del Liceo 1 de Santiago danzaron y los colegios secundarios presentaron una revista gimnástica.
La Fuerza Aérea se hizo presente con un escuadrón de aviones que pasaron en vuelo rasante sobre la aureola oval de cielo azul.
Una señora entre los asistentes exclamó: “¡miren, cómo también podemos ser y hacer algo!”. Y al día siguiente, un periodista escribió: “para este pueblo de temperamento tan apocado, la fiesta de ayer, fue un regalo de estímulo” (El Mercurio, 4 de diciembre de 1938).
Al día siguiente, Juvenal Hernández, escritor y rector de la Universidad de Chile, publicó:
Campo de prueba para el vigor de esta raza que aún se conserva, a despecho de las agrias vicisitudes que la aquejan, será esta palestra en la cual bajo la comba azul del cielo habrán de ejercitarse los mocetones al beso del viento y del sol (El Mercurio, 4 de diciembre de 1938).
Por su parte, el escritor Daniel de la Vega anotó en su columna del diario El Mercurio:
Los atletas que penetren a su recinto, sentirán el peso de su dominio, la emoción de su fuerza. Así como crecen las figuras cuando se destacan  sobre el cielo crepuscular, los atletas en el estadio se sentirán como examinados por un vidrio de aumento, como subrayados, como alzados en un pedestal (El Mercurio, 4 diciembre de 1938)
La verdad es que todo elogio era exacto, porque además de ser el coliseo deportivo más grande de América Latina, el estadio heredó la tendencia marcadamente modernista de las obras públicas del período del presidente Arturo Alessandri, “con un sello indesmentiblemente monumental concordante con la escala, volumen y el propósito de exaltar lo público” (Correa, Figueroa, Jocelyn Holt, Rolle y Vicuña, 2001, p. 179), ya que junto al Barrio Cívico de Santiago, son por excelencia hitos arquitectónicos emblemáticos de la época.
Desde el punto de vista social, en lo que al aspecto deportivo se refiere, fue erigido como imponente culminación de las políticas iniciadas en el primer gobierno autoritario de Carlos Ibáñez del Campo (1927 a 1931), de fomento al deporte como camino a la temperancia, restándole atractivo al bar como forma de sociabilidad masculina. Eran tiempos de extrema pobreza; las condiciones de higiene en que vivía una numerosa población en las márgenes de la ciudad eran aciagas: sin agua potable ni alcantarillas, en ranchos miserables. Dentro de la urbe, en los conventillos, la población era diezmada por las enfermedades venéreas, la prostitución, la tuberculosis, la desnutrición y mortalidad infantil y el alto consumo de alcohol (Correa y otros, 2001, pp. 29, 48, 49, 55, 174 y 175).
En el discurso que, en primer lugar, pronunció el ministro de Hacienda del presidente Alessandri, Francisco Garcés Gana, haciéndose eco de la admiración de los capitalinos por monumentalidad y belleza del recinto, declaró ese día 3 de diciembre de 1938, que tales políticas comprendían
[…] la creación de escuelas, el fomento del desayuno escolar, la creación de restaurantes populares, el ataque frontal a las enfermedades de trascendencia social que realizan crueles estragos en el organismo de las masas, el fomento de la obra de la Caja de Habitación Popular, y la creación de campos de deportes en todas partes. Sus frutos –añadió– serán de salud pública, de sano esparcimiento, de vigorización de la raza fuerte y generosa que honra al pueblo de Chile” y  que el recinto deportivo podría “enorgullecerse en el futuro por ser escuela de patriotismo y fe democrática (El Mercurio, 4 de diciembre de 1938).
Por su parte, Alessandri apenas pudo hablar, ya que un abucheo generalizado tapó sus palabras: El pueblo le enrostraba la reciente matanza del Seguro Obrero, el 5 de septiembre de ese mismo año, cuando un grupo de aproximadamente 60 jóvenes del movimiento Nacional Socialista, intentó una asonada golpista contra el presidente para que accediera al poder el general Carlos Ibáñez del Campo. Dieron muerte a un carabinero, se tomaron el edificio del Seguro Obrero (hoy Ministerio de Justicia), pero una vez rendidos a las fuerzas policiales, acorralados en la escalera fueron todos asesinados, uno por uno, a sangre fría.
 No obstante, una frase de ese malogrado discurso perduró en la memoria: “ojalá este elefante blanco se llene algún día”.
La verdad es que estaba soberanamente equivocado. Al día siguiente se llenaron de nuevo las enormes aposentadurías para ver jugar a Colo-Colo contra el San Cristóbal de Brasil, en que ganó el primero por 6 a 1, momento en que el elefante blanco barritó por primera vez: ¡Goooooooooool!
Y se siguió  llenando de gente no solo para ver el fútbol, sino cada vez que el pueblo era convocado a movilizarse y participar en algún acto de trascendencia social o política. 
Al término de la ceremonia, muchos de los asistentes se fueron al centro de Santiago, al teatro Santa Lucía, porque esa noche cantaba Pedro Vargas, el famoso bolerista, y otros al cine, a ver la película Marihuana La tumba india, programa doble y en rotativo.

CAPÍTULO SEGUNDO
LLAMADOS Y PREGUNTAS
  Desde la República española: unidad nacional

Indalecio Prieto, Estadio nacional, 28 de diciembre de 1938

El pueblo acude en masa al Estadio Nacional tanto para participar de una fiesta araucana como para recibir al embajador especial de la República Española, Indalecio Prieto, que ese 28 de diciembre de 1938, ya asumido el presidente Pedro Aguirre Cerda, viene a explicar los acontecimientos de la guerra civil en la Península Ibérica, a las 60 mil personas que han comprado a un peso una entrada solidaria y colman las graderías. Al final de su discurso, después de una dramática relación de los principales hechos de la sublevación franquista y la defensa de la República, Indalecio Prieto, refiriéndose al triunfo del Frente Popular y a la elección del presidente Pedro Aguirre Cerda, hace un llamado a la unidad de las fuerzas políticas de Chile:
El otro día, hermanos de Chile... al permitirme osadamente dirigiros unos consejos, todos destilados de las dolorosas lecciones de mi España, os pedí a los victoriosos que, dentro de vuestros respectivos partidos, mantuvierais la disciplina, para que cada partido pudiera ser una herramienta eficaz, y que luego, entre los partidos, en sus relaciones, guardareis una cohesión que permitiera la supervivencia del Frente Popular, y con ello, el mantenimiento de esta democracia chilena que ahora alborea (APLAUSOS) (Prieto, 1938).
Llama la atención este llamado a la unidad nacional, porque hay consenso en que en el período de gobierno del Frente Popular se inicia, en lo económico y político, con lo que los historiadores definen como la única oportunidad histórica en que puede hablarse de un Proyecto Nacional, es decir, la confluencia de actores sociales y políticos de las más diversas tendencias –en la práctica, todos los sectores organizados– en pos de una idea común de país. Se trata de “un modelo de desarrollo centrado en la sustitución de importaciones, diferenciándose del impulso manufacturero de la segunda mitad del s. XIX que se había dado en el marco de un modelo económico basado en las exportaciones” (Correa y otros, p. 142). Las repercusiones que tuvo en Chile la fase depresiva de la economía norteamericana en 1938 dejó en evidencia la vulnerabilidad de la economía  chilena frente a los vaivenes de los mercados mundiales (p. 142). Y “como señalara con años de anticipación el boletín de la SOFOFA en septiembre de 1932, la consolidación industrial del país es la mejor expresión de su soberanía económica. Sin una industria propia no hay verdadera independencia” (Correa y otros, 2001, p. 142).
Este consenso fue muy fructífero para el país, merced a la acción del Estado Proveedor, como se le denominó porque el eje central de la organización de todas las áreas productivas se realizó a través de la recién creada Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) –cumpliendo una vieja aspiración de los industriales y empresarios agrícolas de la época–.
Se hizo una enérgica inyección de recursos a prácticamente toda la actividad económica del país, tanto agropecuaria como minera, de servicios públicos y textil.
Significó un gran desarrollo y en pocos años: entre 1936 y 1942, la nueva Empresa Nacional de Electricidad (ENDESA) –para poner un ejemplo– construyó ocho centrales hidroeléctricas que proveyeron de energía eléctrica a gran parte del sur del país.
A partir de 1939, don Tinto –como llamaba cariñosamente el pueblo por su tez oscura– puso en práctica políticas sociales que contemplaban el combate al alcoholismo en las clases trabajadoras,
[…] creando instancias recreativas tendientes a restar atractivo a la cantina como forma de sociabilidad masculina, al tiempo que proveían ocasiones de solaz a toda la familia. Con este propósito estableció el Departamento de Defensa de la Raza y Aprovechamiento de las Horas Libres (Correa y otros, 2001, p. 169).
El himno de aquella entidad, con música de Javier Rengifo y letra de Carlos Casasús, estaba dedicado al Presidente de la República, excelentísimo señor don Pedro Aguirre Cerda.
  Fiesta mapuche
En septiembre de 1939, en el marco de las festividades patrias, tuvo lugar una gran fiesta araucana. A estadio lleno, decenas de miles de personas acudieron a presenciar y conocer la cultura mapuche. El interés del pueblo por la raza mapuche se expresaba con fuerza en esos años, en el quehacer artístico y cultural.
Entre los compositores musicales chilenos destacó Carlos Lavín con los Mitos Araucanos y la Suite Andina para piano; las Lamentaciones Huilliches para voz de soprano y orquesta; la Fiesta Araucana para orquesta, así como en las Cadencias Tehuelches para violín solo o violín y piano, y los Cantos de la Mahuida para voz, clarinete y piano. Se muestran giros melódico-rítmicos y matices de color instrumental extraídos de la música aborigen, y desarrollados sobre una escritura armónica cuya genealogía impresionista es indudable (Biblioteca Digital Universidad de chile, s.f.,  p. 1).
            Durante la administración de don Tinto, el gasto público se elevó de  manera considerable para proveer educación completamente gratuita a todos los chilenos. No solo se crearon 1400 nuevas escuelas básicas sino que también liceos, escuelas industriales, técnicas, comerciales, agrícolas y mineras. Dentro de este esquema, la Universidad de Chile creó la Facultad de Comercio y Economía Industrial. Todos los niveles educacionales eran gratuitos. Y también se recontrataron a los profesores que habían sido despedidos en gobiernos anteriores por razones políticas. Se aumentaron los sueldos al magisterio y se creó la herramienta del perfeccionamiento docente. Esto fue consecuencia natural del pensamiento político del presidente, tal como él lo definiera en el primer Mensaje leído ante el Congreso Nacional el 21 de mayo de 1939. Lo reiteró ante 50 mil personas que se congregaron en el Estadio Nacional en enero de 1940 para agradecer la ayuda internacional recibida después del terremoto de Chillán el 24 de enero de 1939 (el destacado es nuestro):

Todo plan productor debe ir acompañado de una educación que sirva a hombres y mujeres […]  Gobernar es educar, y con esta firme concepción aprovecharé todas las fuerzas de que el Estado pueda disponer para despertar el espíritu constructivo, de organización y perseverancia, que tanto necesita la colectividad nacional y rectificaré el abandono en que se ha desarrollado la educación pública, que nos ha legado un considerable número de analfabetos, en una época en que el adulto interviene en sindicatos, asociaciones y otras múltiples actividades que requieren cultura.
Fue también un período de relativa tranquilidad social, gracias al acuerdo entre el Frente Popular y la Confederación de Trabajadores de Chile. De hecho, “la mayoría de los conflictos se ciñeron al marco establecido por el Código del Trabajo” (Correa y otros, 2001, p. 162), promulgado en 1931.
El 10 de noviembre de 1941, Aguirre Cerda delega el poder ejecutivo en el Vicepresidente Jerónimo Méndez. El Presidente está enfermo, y antes de terminar el mes, fallece de una tuberculosis pulmonar.
       Su funeral fue apoteósico: más de medio millón de chilenos salieron a las calles a despedir sus restos mortales.

 El futuro santo: una advertencia ante los signos de la época
El Nacional no solo era escenario para eventos sociales de índole política sino también religiosos. Era un lugar ideal para reunir cincuenta o sesenta mil personas y poder hablarles a con la ayuda de un micrófono y altoparlantes gracias a la incomparable acústica del recinto. El día de los Sagrados Corazones de Jesús y María, el 2 de diciembre de 1944, decenas de miles de jóvenes se reunieron para oír el discurso encendido que les dirigió el padre Alberto Hurtado, quien los llamó a despertar de la inacción y la pusilanimidad frente a los graves problemas sociales que enfrentaba la sociedad chilena de esa época. Consignemos lo que dijo en aquella ocasión:


En este momento en que el mundo se desangra por la guerra; en estos momentos en que vemos a nuestra Patria penetrar en una de las etapas más difíciles de la historia, cuando la cesantía está rondando nuestros grandes centros industriales y comenzamos a ver fábricas que paran y obreros que se sumen en la desesperación de la miseria; en estos momentos en que se agudizarán las palabras de odio, fruto de la amargura y del hambre, nuestro Obispo quiere que levantemos los ojos a ese símbolo de un amor que no perece, de un amor que nos incita a amarnos de verdad, y nos urge a hacer efectivo este amor con obras de justicia primero, pero de justicia superada y coronada por la caridad (Centro de Estudios Alberto Hurtado, 2010, p. 31).
Enseguida, Hurtado advierte a quienes están preocupados por la situación social que acaba de diagnosticar, que no deben sentir temor ni desalentarse ante los desafíos que ella implica:
Vosotros los que valientemente defendéis los derechos de los oprimidos, los que pedís que se dé al trabajador un salario que concuerde con su dignidad de hombre, vosotros los que clamáis, a veces como Juan en el desierto, que haya más igualdad en el trabajo, más equidad en el reparto de las cargas y en el goce de los beneficios, que la palabra amor deje de ser una palabra vacía para cargarse de profundo sentido divino y humano, no ceséis, no temáis; no estáis haciendo obra revolucionaria, sino profundamente humana, más aún, divina, pues Dios ama a sus hijos y quiere verlos tratados como hijos y no como parias. Si padecéis persecución por la justicia, no os desalentéis, Él la padeció primero, Él murió por dar testimonio de la verdad y del amor, pero tened confianza, Él es el vencedor del mundo y vosotros venceréis si no os separáis de sus enseñanzas y de sus ejemplos (Centro de Estudios Alberto Hurtado, 2010, p. 32).
El diagnóstico de la sociedad chilena es negativo. La reproducción de las relaciones de producción del sistema capitalista no están funcionando bien. Fábricas están cerrando. Más adelante se verán las causas económicas que condujeron al estancamiento del modelo de sustitución de importaciones y que tienen que ver, básicamente, con el bajo poder adquisitivo de la mayoría de la población. Aquello implica que tampoco funcionan adecuadamente las relaciones de reproducción de la fuerza de trabajo, que están condicionadas, a una retribución salarial por encima del mínimo biológico e histórico reconocidos por el modelo capitalista. No se está percibiendo “un salario que concuerde con su dignidad de hombre”, dice Hurtado y define cómo la injusticia en ese plano es basal: “que haya más igualdad en el trabajo, más equidad en el reparto de las cargas y en el goce de los beneficios”. Efecto: cesantía y convulsión social. La CTCH (Confederación de Trabajadores de Chile) procuró no apoyar huelgas que afectaran al gobierno, (y respetar el pacto de unidad nacional para el desarrollo industrial).
A su pesar, entre 1938 y 1945 se desencadenaron más de 200 huelgas: 56 de los mineros, 51 de obreros industriales, 18 de obreros de la construcción, 17 de jornales agrícolas, 9 de alimentación, 9 de marítimos, 5 de ferroviarios, 5 de transporte, 20 de servicios (agua, luz, gas). […] La causa de la huelga era la negativa de las compañías a aumentar sus salarios. En 1944 hubo huelgas de 8.000 obreros del cuero y calzado, de 14.000 obreros del salitre, 5.000 del cobre y de obreros ferroviarios de San Eugenio (Luis Vitale, s.f., pp. 51-52).
          La interpelación a los individuos presentes (el contexto) es para corregir dicha situación. En la medida en que reconocen el problema y se suman a la ideología del aparato religioso, interpretado por Hurtado, advienen sujetos reclutados para la causa. Esa ideología no es revolucionaria, en el sentido de un aparato ideológico político partidista identificado con el sector radical, socialista, comunista u otro. “No estáis haciendo obra revolucionaria, sino profundamente humana, más aún, divina, pues Dios ama a sus hijos y quiere verlos tratados como hijos y no como parias” –dice Hurtado (p. 32). Sería, pues, ideología inherente al aparato ideológico de la Iglesia que los sujetos de su devoción sean personas que vivan con dignidad en el seno de la sociedad. Y que tal dignidad debe ser procurada por el aparato del Estado y los Aparatos Ideológicos del Estado, empresarios, escuela, y la iglesia misma. Así y todo, hecha la salvedad de no estar incurriendo en terrenos contradictorios a la ideología (dominante) del Aparato Estatal, hay peligro, advierte Hurtado: “No temáis […] Si padecéis persecución por la justicia, no os desalentéis, Él la padeció primero, Él murió por dar testimonio de la verdad y del amor” (p. 32). El aparato del Estado, en su rol dominante, no acepta ambigüedades de los aparatos ideológicos que reproducen su ideología de dominación.
          Lo interesante es que el discurso entra aquí en lo que Althusser  define como reflejo especular. El individuo interpelado puede transformarse en sujeto e identificarse, verse reflejado en el Sujeto, con mayúscula, quien es, en el fondo, quien lo está interpelando: Dios. El dogma de la Trinidad es la teoría del desdoblamiento del Sujeto (el Padre) en sujeto (eHijo) y de su relación especular (elEspíritu Santo) (Althusser, p. 35). “Dios ama a sus hijos y quiere verlos tratados como hijos y no como parias” (Hurtado, 1944, p. 32). La misión, pues, que el santo les estaba asignando a los oyentes del discurso era, en definitiva, recuperar a los parias y transformarlos en hijos, o en sujetos del Sujeto; tarea evangelizadora, a la postre, imposible dentro de un contexto social inequitativo e injusto, porque es imprescindible para esa transformación “un salario que concuerde con su dignidad de hombre” (Hurtado, 1944, p. 32). La injusticia basal es, pues, un obstáculo para la evangelización, cuyo fin es perpetuar un orden social basado en la familia, el amor al prójimo y un sistema capitalista humano, en que la riqueza se distribuya equitativamente. Solo así podrá ahuyentarse el espectro del comunismo y vivir en paz y fraternidad.
          Resulta sorprendente la extraordinaria similitud de las palabras del Padre Hurtado, en 1944, con lo que expresa monseñor Ezzati en la última carta pastoral emanada del episcopado chileno, en septiembre de 2012. Esto demuestra que las relaciones de reproducción, tanto de las fuerzas de producción como de trabajo, no han cambiado esencialmente desde hace 68 años. Muestra palmaria de ello es que cuando el arzobispo de Santiago, en septiembre de 2012, se refiere justamente al trabajo, diagnostica lo siguiente sobre este aspecto:
[…] no puede ser jamás una mera mercancía que se transa en el mercado. Ese trabajo es una forma de participación en la creación porque somos de algún modo colaboradores con Dios en su obra creadora. La empresa moderna tiene que aprender que el ser humano no participa en ella solo como un eslabón en la cadena productiva. Participa en ella como creador, como sujeto y debe obtener en justicia los frutos de su actividad. No es comprensible que, en un país como Chile, con el nivel económico que hemos alcanzado, un trabajador que tiene un empleo estable esté más abajo de la línea de pobreza. Eso no es ético y no se condice con la dignidad humana. El salario ético no es una exigencia de la economía, es la consecuencia ética de la misma dignidad humana (Ezzati, 2012).
            Para redundar y demostrar la repetición ad infinitum, en distintos períodos históricos, de la forma espuria en que se reproducen las relaciones de producción y trabajo en el modelo capitalista chileno,  y la subsecuente lucha de clases que se manifiesta, el 2 de abril de 1987, desde la misma tribuna del Estadio Nacional, el Papa Juan Pablo II, deja en claro que tal como Hurtado lo profetizaba, “vosotros los que clamáis, a veces como Juan en el desierto”, efectivamente la semilla cae una y otra vez en tierra estéril:
La fe en Cristo nos enseña que vale la pena trabajar por una sociedad más justa, que vale la pena defender al inocente, al oprimido y al pobre, que vale la pena sufrir para atenuar el sufrimiento de los demás. ¡Joven, levántate! Estás llamado a ser un buscador apasionado de la verdad, un cultivador incansable de la bondad, un hombre o una mujer con vocación de santidad. Que las dificultades que te tocan vivir no sean obstáculo a tu amor y generosidad, sino un fuerte desafío. No te canses de servir, no calles la verdad, supera tus temores, sé consciente de tus propios límites personales. Tienes que ser fuerte y valiente, lúcido y perseverante en este largo camino. (Juan Pablo II, 1987, p. 8).
            Se puede repetir la pregunta: ¿qué hay que temer cuando se lucha por la justicia social? Viendo el contexto social y político de 1987, en plena dictadura militar, la respuesta es más que evidente.

CAPÍTULO TERCERO
PROMESAS Y PRAXIS PRESIDENCIALES

 El ‘defensor’ de la democracia.
Para un adecuado análisis del próximo discurso, con el cual cerró su campaña electoral Gabriel González Videla, el 1 de diciembre de 1946, en el Estadio Nacional, y para comprender la relación entre las estructuras del discurso y los contextos sociales globales y locales, hay que incluir también “las representaciones mentales socialmente adquiridas y compartidas que definen a las culturas y grupos y que organizan y supervisan sus creencias además de sus prácticas sociales y discursos” (Van Dijk, p. 64).
Es por ello que se hará aquí una breve descripción de la realidad social y política de Chile y el mundo.
En marzo de 1946, en Francia, la Asamblea Constituyente vota la nueva versión de la Declaración de los Derechos del Hombre, en la que a la anterior se le agregan los derechos sociales y económicos para “liberar al mundo de la miseria y poner la sociedad al servicio del individuo humano” (Diario Ilustrado, 13 abril de 1946).
El fantasma de la pobreza material recorre el mundo. Millones de desplazados por la Segunda Guerra Mundial vagan hambrientos buscando un lugar donde establecerse. En agosto de 1949, llegan a Chile en el barco Mercy, 484 inmigrantes europeos yugoslavos, húngaros, checos, rusos, rumanos, polacos, lituanos, búlgaros, griegos, estonianos, letonianos, un armenio, un eslovaco, que son alojados en el Estadio Nacional (el senador Antonio Horvath le confidenció al autor de esta investigación, que su familia, emigrada en esos años a Chile, pasó por esa circunstancia, aunque no se puede asegurar que hayan venido en el Mercy). En el recinto deportivo permanecen hasta el momento en que encuentran un trabajo y pueden integrarse a la vida del país. Algunas voces destempladas de medios de prensa de la época critican la calidad humana de los recién llegados. Se le reprocha al gobierno no hacer una selección más fina, de traer comerciantes o prestamistas sin formación en lugar de profesionales y técnicos que tanta falta hacen en Chile (Revista VEA, agosto de 1949, p. 10).
            En 1946, la visión política del  Plan Nacional, es decir, el concierto de todos los actores sociales en procura del bienestar común, está empezando a desintegrarse. La sociedad chilena se empantana en el subdesarrollo. Dos razones convergen para ello. Por una parte, no ha resuelto el modo de repartir más equilibradamente el producto de las riquezas que genera; por otra, ningún pensamiento político, concebido en la unidad de propósito mencionado en el inicio de este párrafo, podrá ya validarse en la práctica. Al contrario, los partidos discuten, se pelean sin tregua y sus militantes se matan entre ellos o caen por las balas de la policía, como fue el caso de la joven militante del Partido Comunista, Ramona Parra, en plena Plaza Bulnes, en enero de 1946.
                 Nuestra aparente, diríase imaginaria democracia, se ve ahora amenazada por un factor que nadie hubiese podido prever: la repartición del mundo en bloques que se ha hecho en la Conferencia de Yalta. La lucha del pueblo (lucha de clases) por conquistas sociales, pasa, de la noche a la mañana, de ser consecuencia de la miseria y la falta de oportunidades en que viven dos tercios de los habitantes de nuestro país, a una  maniobra (ideológica) orquestada por Moscú y sus satélites comunistas para someter al mundo...
     Ya en abril de 1946 (es decir, cuatro meses antes de las elecciones presidenciales en las que saldrá elegido González Videla), se rumorea de un proyecto legal que pondría fuera de la ley al Partido Comunista, “algunas medidas de defensa social para hacer frente a la insolencia bolchevique”, titula El Diario Ilustrado (18 marzo de 1946), heraldo de prensa de la derecha. La consecuencia de esto –se informa algunos días después– es que el Partido Comunista sería borrado de los registros electorales. En mayo de 1946, se informa a la opinión pública –aquella que lee la revista o el diario de mayor tiraje– que la discusión del Congreso Socialista giraría en torno a la fundación de una internacional socialista americana anticomunista. Esto nos entrega el contexto y la explicación de por qué el pueblo, aquel con conciencia y que repletaba las graderías del estadio cada vez que había que apoyar una causa justa y democrática, suscribe ingenua y plenamente el planteamiento del candidato presidencial Gabriel  González Videla para las elecciones que se verificarían el 4 de septiembre: es el único candidato que con astucia falaz ya en marzo llamaba a la concordia y a la unidad de las fuerzas de izquierda (Revista VEA, 29 marzo 1946), dejando bien en claro que no es “comunizante” (sic), para no restarse la posible adhesión de algunos derechistas de centro despistados.
El día domingo 1 de septiembre de 1946, el pueblo se vuelca en masa al Estadio Nacional, más de 80 mil personas repletan el recinto, para asistir al cierre de la campaña electoral de Gabriel González Videla, que cuenta con el apoyo del Partido Radical, el Partido Comunista y el Partido Socialista. En su homenaje se leyó un poema que le había dedicado el entonces senador de la República, Pablo Neruda:
Desde la arena hasta la altura / desde el salitre a la espesura, / el pueblo te llama Gabriel, / con sencillez y con dulzura / como a un hermano, hermano fiel. / Y entre todas las cosas puras / no hay otra como este laurel: / el pueblo te llama Gabriel. / En el norte el obrero del cobre, / en el sur el obrero del riel, / de uno a otro confín de la patria, / el pueblo te llama Gabriel. (El Mercurio, 21 septiembre de 2003)
Elías Lafferte, Secretario General del Partido Comunista, también le brinda al futuro presidente un pie de cueca junto a la folklorista Margot Loyola.

Elías Lafertte, fundador de la FOCH (Federación Obrera de Chile), senador en 1945, futuro presidente del Partido
Comunista (1955), baila un pie de cueca con Margot Loyola, en homenaje a Gabriel González Videla en la clausura
de la campaña presidencial (1º de septiermbre de 1946)


Después, una niña de 11 años de edad, llamada Sola Sierra, vestida con pollera floreada de china, sobre una tarima de madera bailó la cueca con un niño de casi su misma edad que muchos años después sería su marido: Waldo Pizarro.
José Miguel Varas, el futuro escritor y Premio Nacional de Literatura, quien a la sazón era un niño, estaba ahí y lo presenció todo, según le confidenció al autor de esta investigación.
Ahí está la explicación de la conmovedora Cueca Sola, que ella bailaría, muchos años después, el día 12 de marzo de 1990, durante la fiesta del regreso a la democracia, en dramático testimonio y homenaje a su marido, detenido y hecho desaparecer durante la dictadura de Augusto Pinochet.
            Es notable cómo el discurso pronunciado por Gabriel González Videla  en el Estadio Nacional, el 1 de septiembre de 1946, para el cierre de la campaña presidencial, repite los dichos de los discursos analizados hasta ahora.
            El futuro presidente agradeció el apoyo que le brindaban con un discurso titulado “En el Estadio Nacional juró el pueblo defender su triunfo” (Revista En Viaje, diciembre 1946, pp. 30-32), que en sus partes más relevantes decía:
Hoy tengo la certeza de la victoria. La disciplina, el vigor y la entereza del pueblo han llegado a ser una fuerza espiritual y material invulnerable. La voluntad de triunfo de mis correligionarios del Partido Radical; de los militantes heroicos y recios del Partido Comunista; del Partido Democrático que hace honor al juramento de lealtad a su doctrina de redención social; del partido Socialista Auténtico –firme y altivo en su posición de izquierda–; de los Socialistas del Partido Oficial, cuyo sentido de clase, cuya orientación revolucionaria pugna dolorosamente con la conducta de algunos de sus dirigentes; la voluntad de triunfo, repito, de todas estas fuerzas genuinamente populares, es demasiado intensa para que podamos abrigar el más leve temor acerca del resultado electoral que se avecina (González Videla, p. 30).
Y prosigue:
No es imposible que el partido Católico chileno (sic) haya escuchado la voz cristiana de la Europa que nos habla de cómo el capitalismo no responde al sentido más íntimo de la buena palabra nazarena. Yo tengo la esperanza de que así haya ocurrido. El conservantismo (sic) ha de haber comprendido que su inspiración religiosa no se compadece con la defensa persistente y violenta de un orden social que mantienen como característica la miseria y la injusticia (pp. 31 y 32).
Y continua más adelante:
Recordemos que la transformación económica favorece principalmente a los hombres que pueblan nuestra tienda: que con nosotros están los desposeídos, ´los que tienen hambre y sed de justicia´, como reza el texto sagrado. Ellos los proletarios y los miembros heroicos de nuestra clase media, virtuosa y abnegada son los que tienen urgencia en el cambio social. Ya no resisten en su condición actual; ya llega a sus puertas el acicate de la desesperanza. Y ellos, conciudadanos, me han hecho su abanderado político en una magna Convención. Por eso tengo el derecho y el deber de conducir el proceso evolutivo de Chile hasta satisfacer los anhelos de los que esperan una mutación fundamental del sistema económico y de los métodos de gobierno.
Conciudadanos:
Esta lucha electoral tiene caracteres particularísimos. Fuerzas hasta ahora divergentes, coinciden en el ideal de  procurar la felicidad humana, destruyendo el sistema de injusticia que condiciona la vida presente.
Y termina su discurso del siguiente modo:
Y a vosotros, amigos, os pregunto: por vuestro honor de hombres, por el amor a vuestros seres queridos, por el derecho de vuestros hijos a ser libres y dignos, por vuestra conciencia, ¿juráis defender con vuestra palabra, con vuestra acción y vuestra sangre el triunfo del pueblo?
Entonces se oyó un imponente ¡sí, juramos!, pronunciado por más de 80 mil voces. Y las últimas palabras del candidato popular: “[…] pueblo de Santiago: ¡os conjuro a cumplir vuestra promesa! He dicho” (p. 32).
Ateniéndose al orden de análisis expuesto al final del marco teórico, observamos, en primer lugar, el propósito y el contexto del discurso.
El propósito es claro: afianzar mediante un juramento de honor la defensa de la alianza política que reúne a todos los presentes, incluso a costa de dar la vida por ello si fuese preciso.
            Los participantes del contexto son las fuerzas políticas dispares que constituyen la Alianza, y que representan a las distintas clases sociales: los proletarios “que tienen hambre y sed de justicia, como reza el texto sagrado”, la abnegada y virtuosa clase media,  “fuerzas hasta ahora divergentes, coinciden en el ideal de  procurar la felicidad humana, destruyendo el sistema de injusticia que condiciona la vida presente” (González Videla, 1946, p. 32).
            Este sistema de injusticia tiene su origen en
[…] el capitalismo que ya no responde al sentido más íntimo de la buena palabra nazarena. Yo tengo la esperanza de que así haya ocurrido. El conservantismo (sic) ha de haber comprendido que su inspiración religiosa no se compadece con la defensa persistente y violenta de un orden social que mantienen como característica la miseria y la injusticia (González Videla, 1946, p. 32).
            El llamado, pues, es a destruir el sistema que hace que los proletarios y la clase media “ya no resisten en su condición actual” y que esté llegando “a sus puertas el acicate de la desesperanza”, mediante “una mutación fundamental del sistema económico y de los métodos de gobierno” (González Videla, 1946, p. 32).
            A la luz de nuestro enfoque teórico, este es un discurso que reconoce la división en clases de la sociedad chilena (proletarios, clase media, conservantistas –o dueños del capital empresarial-) y, porque llama a la destrucción del sistema económico que perpetúa las relaciones espurias de reproducción de las fuerzas de producción y de trabajo (capitalismo) y a un cambio (mutación) que se ampare en los preceptos católicos de lo que debe ser el ideal para procurar la felicidad humana. Es un discurso ideológicamente marxista. No tanto en el tibio llamado a la destrucción de las relaciones de producción capitalistas (y del Estado, por extensión) como en la descripción de la estructura social dividida en clases.
            El discurso, empero, quiere encontrar su legitimación no en la argumentación política, sino amparándose en lo católico como valor de verdad.
            Se interpela a los participantes para que devengan sujetos de aquel Sujeto con mayúscula de cuyos labios brotaba la “buena palabra nazarena” (p. 31) y así redimir “a los que tienen hambre y sed de justicia como reza el texto sagrado” (p. 32).
            Lo que sucedió después, la historia de Chile no lo olvida.
Gabriel González Videla fue elegido Presidente en un contexto político social que rápidamente se fue deteriorando. Las relaciones del Partido Socialista y el Partido Comunista eran de permanente confrontación. Frecuentes eran las peleas callejeras entre militantes, como aquella batalla campal de febrero de 1947 en la Plaza de Armas entre ambos bandos que dejó más de una cincuentena de heridos. (Revista VEA, 12 de febrero de 1947). Pero esos enfrentamientos eran pasionales. Lo poco ético era la forma de hacer política en esos tiempos de quienes ocupaban cargos dirigentes. Cuando aún González Videla y el Partido Comunista se mantenían en buenas relaciones, en febrero de 1947, comprometiéndose este partido a no hacer más huelgas ni movilizaciones sociales para no entrabar el ejercicio del ejecutivo, el Partido Socialista, a través de su jefe parlamentario, Efraín Ojeda, reacciona contra los dirigentes comunistas en el sentido que  “no pueden abandonar así como así no más, legítimas formas de lucha consustanciales al derecho del pueblo a luchar por sus reivindicaciones” (Revista VEA, 12 febrero de 1947). Por su parte, Ricardo Fonseca, líder del P.C. acusa que “la derecha tiene guardias fascistas y grupos armados para tomarse el poder” (Revista VEA, 12 febrero de 1947).  El caso es que el P.C., ante la promesa incumplida de González Videla, porque no se atendían sus reivindicaciones sociales, volvió a movilizarse, y pocos meses después en las cámaras del Congreso se votó su proscripción,  con el argumento de que las movilizaciones sociales de este partido entorpecían el normal funcionamiento del gobierno y eran un riesgo para la democracia.
En efecto, acogiendo las presiones del gobierno norteamericano, que corta el suministro de repuestos para los ferrocarriles y retira el material aéreo de entrenamiento (Revista VEA, 23 de abril de 1947, p. 16), suscribiendo la tesis del senador Mc Carthy, de que el comunismo es el enemigo interno, germen de la futura doctrina de seguridad nacional que se enseñaría en la Escuela Militar de las Américas en Panamá, con el cálculo bien hecho de que el Congreso  lo aprobaría, presentó un proyecto de Ley denominado “Defensa de la Democracia”, para proscribir al Partido Comunista, el cual fue aprobado con mayoría absoluta por los representantes del pueblo de todos los sectores políticos, sin excepción, salvo una fracción del Partido Socialista, liderada por Raúl Ampuero y una fracción del Partido Conservador, comandada por Horacio Walker, que votaron en contra. Así González Videla  “se desembarazó de los ministros comunistas y el hasta ayer demócrata y progresista presidente se transformó en un cuasi dictador, comenzando con una de las represiones más feroces de la historia de Chile”. (Vitale, s.f.).
Pablo Neruda, en su Carta íntima para millones de hombres, publicada en un diario de Caracas, denuncia que se ha aplastado la historia democrática chilena y acusa de “traición política” al Presidente. Ni corto ni perezoso, González pide el desafuero del senador por Tarapacá y Antofagasta. Neruda se defiende pronunciando en el Congreso el famoso discurso Yo acuso. Por considerar injurioso el discurso de Neruda, la Corte Suprema lo desafuera el 3 de febrero de 1948. Dos días después, los tribunales ordenan su detención.
Los tres poderes del Estado, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, cierran filas contra la democracia, apoyando la que fue llamada Ley maldita.
Así, cientos de militantes comunistas son detenidos, y en la bahía de Pisagua se abre el primer campo de concentración para prisioneros políticos sobre suelo chileno, a cargo del joven capitán del ejército Augusto Pinochet Ugarte. Este negó el ingreso a la comisión parlamentaria presidida por el senador Salvador Allende, quien viajó a visitar a los prisioneros. El entonces capitán Pinochet amenazó a los miembros de la comisión con dejarlos allí presos si forzaban la entrada.
Es altamente significativo, también, que solamente tres años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, en 1948, y en pleno proceso de toma de conciencia de la barbarie y crímenes contra la humanidad cometidos en campos de concentración alemanes, donde se encerraba y exterminaba no solo a judíos sino también a comunistas, gitanos y homosexuales, se optara por meter presos a comunistas chilenos en el campo de concentración de Pisagua, hecho inédito en la historia republicana de Chile.
Como se ve, el aparato estatal reprimía con la máxima violencia. Incapaz de realizar las grandes transformaciones requeridas y prometidas, los grandes problemas sociales persisten inalterables en el tiempo. Pobreza, carencia en educación, salud y vivienda son males endémicos, como también la retórica que justifica la represión ejercida sobre las acciones políticas que una y otra vez se alzan contra el statu quo de tales condiciones.
Según los autores de Historia del siglo XX chileno, en cuanto a logros en el plano económico, entre 1940 y 1953, el ingreso nacional aumentó en un 40%, pero es elocuente la inequidad en cómo se repartió. La clase alta, es decir, el sector no asalariado de propietarios, empresarios y prestadores independientes de servicio, cosechó una mejor participación en el proceso, subiendo su renta efectiva en un 60%. La clase media, vale decir, funcionarios del Estado, empleados particulares, en general los trabajadores de ‘cuello blanco’ (como se les apodaba en la época), elevaron su ingreso real en 46%. El ‘mundo obrero y campesino’, aunque a través de todo el período representó alrededor del 57% de la población activa, solo acrecentó su remuneración efectiva en un 7% (p. 186),
[…] para colmo mal distribuido en este segmento social de por sí desfavorecido pues los ingresos de los campesinos, en idéntico período, descendieron en un 18%. De modo que no debe sorprendernos que a fines de la década de 1950, el 9% de la población activa percibiera alrededor del 43% del ingreso nacional (Correa y otros, 2001, p. 186).
Es así como con el gobierno de González Videla, todo el esfuerzo del plan común de desarrollo del país suscrito por la totalidad de los actores políticos, se hunde:  
Hacia 1951 –sostiene Ricardo Lagos, quien sería el primer presidente del siglo XXI– terminaba una etapa importante del desarrollo industrial; y el país encaraba dificultades para mantener su tasa de crecimiento industrial […] El proceso de sustitución de importaciones (llevado a cabo por los sucesivos gobiernos de la clase media) ha terminado y, a falta de un aumento significativo del poder adquisitivo de los grupos de ingresos bajos, la ampliación de las industrias de bienes de consumo estaba limitada por el crecimiento de la población. (Lagos, 1966, p. 57).
            Esto es exacto. El mundo obrero, como se señaló más arriba, representa entonces un 57% de la población que no gana lo suficiente como para adquirir lo que las industrias producen. Esta situación ya había sido detectada por el gobierno de Juan Antonio Ríos en 1945: según un estudio de la época aquello “que representa nuestro campesinado, alrededor de un millón y medio de personas, no está en condiciones de tener una participación significativa en el proceso de consumo de productos de nuestras fábricas”  (Marín, 1947) 
            Corolario del análisis de este discurso es que su contenido ideológico, por no haber tenido correspondencia en la praxis del poder, por haber mantenido incumplidas las promesas y agudizado la lucha de clases, corresponde, plenamente a la definición de ideología de Marx y Freud, en el sentido que nunca fue más que un sueño vacío, ideología sin materialidad, solo “un puro suo, vacío y vano,constituido con los residuos diurnos de la única realidad plena y positiva, la de la historia, concreta, de individuos concretos, materiales, que producen materialmente su existencia”. Y en ello se analogaba a la teoría de los sueños de Freud, en que estos están compuestos de manera caprichosa de los residuos de la vida real, diurna (Althusser, 1969, p. 22).

* * *
¿Cuánto tiempo lleva soñando la sociedad chilena con una realidad más justa, más digna? ¿Cuántos han sido los llamados a despertar de ese sueño? Y los esporádicos despertares, ¿no han sido más bien a tenebrosas pesadillas? ¿Cuántos muertos, cuántos crímenes más se precisan para que la sociedad chilena despierte de verdad a esa realidad de paz, de justicia, de amor y de armonía que desde este recinto han pregonado hombres en los cuales podíamos fiarnos, como el Santo Padre, el Santo Jesuita, un futuro presidente, pero que sin embargo cayeron como simiente en la arena estéril del desierto?
Estas son las preguntas que me acosaban cuando iba recorriendo encapuchado el laberinto hacia la cámara del suplicio, donde estaban esperando los torturadores de la Fuerza Aérea. Cual minotauro brotado de los residuos monstruosos de los sueños diurnos, discurseados, manoseados, mil veces pisoteados, allí los uniformados me esperaban, en el edificio con forma de caracol, al centro de la espiral vertiginosa que conduce a la muerte.
Así como el rey Minos, por satisfacer su codicia personal engañó a Poseidón no sacrificando el magnífico toro blanco que le había regalado y traería eterna prosperidad a su reino, suplantándolo por otro y acarreándose así todos los males habidos y por haber, tuvo que encerrar en el laberinto construido por Dédalo al hijo monstruoso –el Minotauro- fruto de la cópula de Pasifae, su mujer, con el toro blanco, así me parecía que los militares solo eran los ejecutores de la política egoísta de los poderosos, y el estadio, el laberinto donde ocultar los crímenes ofrendados para que fuese posible el camino hacia las inmensas riquezas y el poder económico total de unos pocos.
* * *

Los clásicos universitarios
También en noviembre de 1946,  empiezan a desarrollarse por primera vez las más grandes fiestas del fútbol nacional: los clásicos universitarios. Ese año, las claques presentadas por ambas universidades reflejan de manera creativa la percepción del pueblo que desborda las graderías y se instala en el césped. Más de 80 mil personas sigue la copucha de la Universidad Católica, en la cual el “Tío Sam” dialoga con los personajes típicos de diferentes países, un gaucho, un charro, un huaso, un chino, quienes con picardía desenmascaran el creciente intervencionismo norteamericano en los asuntos internos de los países. La de la Universidad de Chile, por su parte, causa la risa de los asistentes al parodiar la reciente elección presidencial con aires de óperas famosas. A través del tiempo, los espectáculos tratan de los más diversos temas: tanto el nacimiento de Jesús como la historia de la ballena que quería adelgazar para ser sirena, deleitan a grandes y chicos.


3.    El sueño muta en pesadilla
González Videla introdujo la variable de que la Carta Fundamental podía ser arrasada por consenso político en las cámaras legislativas, -prefigurando el tendencioso acuerdo político del Congreso poco antes del golpe de estado de 1973 (Archivo Chile, 2005)- lo que significó, de hecho, el fin de la alianza entre partidos y del Plan Nacional con el que se había conseguido un significativo desarrollo industrial y modernización en muchos aspectos durante los anteriores gobiernos.
            Los problemas sociales se van agudizando con el tiempo y lo que se observa desde 1952 a 1973 es la búsqueda dramática de una solución económica, política y social que conduzca al bienestar de los chilenos.
            Esta búsqueda, como lo explica Luis Corvalán Marquéz (2001, p. 16), después del agotamiento, a comienzos de los cincuenta, del patrón de desarrollo sustitutivo de importaciones intentado por la clase media, es en definitiva la pugna para la instauración de uno de tres modelos político económicos: control de los medios de producción por el Estado, economía estatista, por un lado (el proyecto de la izquierda), y la libre empresa o economía de libre mercado, por otra (el proyecto de la derecha), con todas las posiciones graduales (aquí se sitúa el emergente Partido Demócrata Cristiano, que aspira a transformaciones estructurales de la tierra y la minería sin abandonar el capitalismo), matices intermedios y mixturas entre ambos o definitivamente radicales; eso es lo que se pondrá en juego sobre el tablero en los próximos años.
            Analizado desde una mirada de construcción dramática, en la que hay presentación de un problema, desarrollo del conflicto de los personajes involucrados, crisis, clímax y desenlace, esa pugna (o conflicto) tendría su crisis terminal el 11 de septiembre de 1973.
            Fiel esta tesis al objeto de estudio, es decir, el análisis discursivo desde el Estadio Nacional y la verificación entre lo dicho, lo prometido, lo pedido y la praxis política, económica y social concreta, o la influencia del discurso en los participantes llamados a convertirse en sujetos, protagonistas de los cambios, no se hará aquí una historiografía del período que transcurre hasta la crisis de 1973, sino se esbozarán los elementos fundamentales que intervienen en el desarrollo de la pugna entre modelos político económicos señalada por Corvalán Marquéz (2001, p. 16), siempre situándolos en un necesario contexto histórico que haga posible la comprensión de los factores en conflicto.
            El primer atisbo de la lucha por imponer uno de los dos modelos lo encontramos en el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, quien ganó las elecciones de 1952 por abrumadora mayoría y llegó a La Moneda premunido de la famosa escobita, con la cual, de inmediato, barre hasta el último rincón la escena política.
            Asume como caudillo populista y le da la espalda a cualquier intento de apoyo partidista. La forma de hacer política, con acuerdos y negociaciones de los últimos 12 años de presidentes radicales, se termina. Los de izquierda, derecha, centro, desplazados de cualquier poder de acción o influencia política, ven con sobresalto a este hombrón, de dos metros de alto, enérgico y autoritario, apodado “El Caballo”, que les ha puesto la bota encima a todos. Gobierna con puño de hierro comunicándose directamente con las masas.
            Las agrupaciones políticas tratan permanentemente de ganarse su favor y lo logran por períodos cortos. Algunos meses comen de su mano los Socialistas Populares. Después, el Partido Agrario Laborista, cuyo máximo dirigente, Rafael Tarud, asume como ministro de economía y propugna un mayor control del Estado en la actividad productiva vía creación del Banco del Estado y una articulación más fuerte del movimiento sindical, que se logró con la reorganización de la Central Única de Trabajadores (CUT).
            Esto en nada mejora los problemas de la economía. En 1955, la inflación llega al 86%, acompañada de una ola de huelgas que afectaron a todas las áreas productivas, desde los Transportes hasta la minería del cobre. El General enfrenta una crisis sin precedentes: arrecian las críticas hacia su gestión de todas las tiendas políticas. Y es que no hay medida, por buena que sea, que pueda resolver el gran problema estructural que las vuelve impracticables: una mayoría de los habitantes, casi el 60%, no tiene posibilidad de participar de manera integral en ningún proyecto económico por la sencilla razón de que están marginados por la situación de extrema pobreza en que subsisten. A iniciativa del subdirector del diario “El Mercurio”, René Silva Espejo, cómplice del General en alguno de sus intentos golpistas de antaño, Ibáñez da curso a la idea de llamar a una firma de expertos norteamericanos, Klein & Sacks, para que propongan alguna solución que evite el hundimiento definitivo del barco de la economía. Por supuesto que las medidas que propuso Klein & Sacks tendían a rectificar todo el anterior intervencionismo estatal y fortalecer la empresa privada, es decir, manifestaban de manera incipiente el gran proyecto económico y político que la derecha no podrá implementar sino a partir del Golpe de Estado de 1973.
Y para frenar toda oposición del movimiento sindical, ya que el proyecto de Klein & Sachs significaba un retroceso frente a las conquistas de los trabajadores, Ibáñez aplicó la Ley de Defensa de la Democracia y decretó el Estado de Sitio. Un Golpe de Estado blando, en suma.
Esto tuvo como una de sus consecuencias, la espontánea y gran insurrección popular del 2 de abril de 1957. Obreros y estudiantes iniciaron una vasta movilización contra la cesantía y el alza del costo de la vida. Sectores de la Juventud Comunista formaron combativos "comandos contra las alzas", que se batieron contra los carabineros en Santiago, Valparaíso y Concepción. El 30 de mayo, las fuerzas represivas asesinaron a la joven comunista Alicia Ramírez.
Los habitantes de las poblaciones del cinturón de Santiago marcharon sobre el centro de la ciudad, lanzaban piedras contra la policía desde los edificios donde laboraban. Los jóvenes comunistas formaban barricadas, descentralizaban la lucha con piquetes que hostigaban a los carabineros desde diversos puntos de la ciudad. Los grupos de combate se comunicaban por medio de claves preestablecidas, con golpes especiales en los postes del alumbrado público. Los tanques invadieron las calles, pero los obreros, ágiles en inventar nuevas tácticas de lucha, los hacían girar en redondo derramando aceite de los tambores que habían sacado de los negocios vecinos. También fueron expropiados numerosos locales de venta de armas, con las cuales los obreros y estudiantes enfrentaron durante dos días al Ejército, resultando 36 muertos entre civiles y militares, según el parte oficial (Vitale, Luis, s.f.).
Relatando años más tarde estos sucesos, el entonces Comandante en jefe de la Plaza de Santiago, general Horacio Gamboa escribió:
Mientras unos grupos luchaban contra la fuerza pública, otros destruían faroles, vidrieras, escaños, semáforos e incendiaban automóviles y micros. Pese a estar resguardados por soldados desde su interior, los vehículos de locomoción colectiva eran apedreados sorpresivamente en las calles. Sus propietarios optaron por retirarlos del servicio. Los primeros establecimientos comerciales que sufrieron asaltos y saqueos fueron las armerías, robándose armas y municiones. El Palacio de los Tribunales de Justicia, el Congreso Nacional y El Mercurio también experimentaron intentos de asaltos, lo mismo que el Club de la Unión (...) al comenzar la noche la ciudad tenía todas sus calles, plazas y paseos a oscuras. Se habían inutilizado las redes del alumbrado público mediante el volcamiento de los postes sostenedores de los faroles (...) los insurrectos atacaban sorpresivamente aquí y allá con objetivos materiales determinados, edificios públicos, bancos, grandes locales comerciales, etc., Y se disolvían sin dar oportunidad a la acción de las tropas. Una y otra vez, en distintos puntos, sin desmayar. Con escaramuzas, con ardides, con golpes fugaces, hacían desplegar las tropas en todos los sentidos, para fatigarlas física, orgánica y moralmente" (Gamboa en Vitale, 2003, p. 45).
Al final de su gobierno, Ibáñez deroga la ley de Defensa Permanente de la Democracia, rehabilitando al Partido Comunista, y hace “una profunda reforma electoral, introduciendo la cédula única impresa por el Estado, con la cual, dada la imposibilidad de verificar antes del recuento la opción del voto, se puso fin al cohecho” (Correa, Sofía y otros, 2001, p. 205). De esta manera  deja establecido el marco democrático y de irrestricto respeto a la Constitución y a la ley en que deberá desarrollarse en el futuro la lucha partidista por imponer alguno de los modelos económicos y políticos en pugna.
Los índices económicos demuestran que la brecha de la desigualdad en la repartición de la riqueza durante el gobierno de Ibáñez no solo no disminuye sino que aumenta, desvalorizándose notablemente el poder adquisitivo de la mayoría de los chilenos. Según Luis Vitale, “el sueldo vital bajó de un índice de 102 en 1954 a 79.8 en 1958. La participación de los trabajadores en la renta nacional descendió 5 puntos entre 1953 y 1959, mientras que la de los sectores privilegiados aumentó de 43,6 a 49,3%” (s.f.).
En las elecciones de 1958 queda en evidencia el extraordinario equilibrio precario, es decir, igualdad de fuerzas –y por lo tanto, división del país frente a dos visiones completamente distintas– que había entre las dos principales propuestas políticas y económicas, cuando Jorge Alessandri, el candidato independiente, apoyado por la derecha, los partidos Conservador y Liberal, que representaban a los grandes agricultores y empresarios, resulta elegido presidente por una mínima diferencia de votos del candidato de la coalición de izquierda, el FRAP, Salvador Allende, cuya derrota se debió tal vez a las preferencias que le fueron escamoteados por el cura de Catapilco. En tercer lugar se ubicó el recientemente fundado Partido Demócrata Cristiano, liderado por Eduardo Frei Montalva, y en cuarto, el candidato del radicalismo, Luis Bossay.

  La revolución de los gerentes
El propósito principal del gobierno de Alessandri fue el de transformar la economía en orden a conceder más autonomía a la empresa y a restringir la intervención estatal, liberalizando los precios y eliminando tanto las barreras al comercio exterior como el control a los movimientos de capitales y el otorgamiento de franquicias tributarias. Se aprecia una expresión del futuro modelo neoliberal de economía social de mercado.
Pero las consecuencias de tal política se ven reflejadas en la descripción del problema social que el senador radical Ángel Faivovich hace en el discurso que pronunciara en el homenaje que el radicalismo le rindió el 12 de septiembre de 1959, en el Estadio Nacional.
En la alocución Faivovich (1959) interpela directamente al presidente de la República:
Se ha pasado bruscamente de un régimen de relativo intervencionismo a uno de libre competencia, sin adoptarse las medidas correspondientes a toda etapa de transición. Esta resolución se ha aplicado en un país en que siempre la producción fue insuficiente para satisfacer el consumo […]  Ello se ha unido a la falta de preparación de sectores de la producción y del comercio para adaptarse a un régimen de libertad que ha despertado un propósito de lucro desmedido (p. 10).
[…]
Ya no se trata de que renunciemos a lo superfluo. Se trata de que a la mayoría de nuestros ciudadanos les falta lo indispensable.
Ya no se trata de apretarse el cinturón […]  Se trata de hacer frente a necesidades vitales. Se trata de poder cubrir impostergables exigencias de primerísima necesidad. Se trata de afrontar la escasez, que cada día agudiza con caracteres más trágicos el alza continua de los precios […] Y en la vida hay apremios que no conceden espera. El hambre pertenece al día que se experimenta y no puede ser calmada con la ilusión del mañana (p. 9).
[…]
No puede seguirse sosteniendo que el aumento de sueldos y salarios sea el factor determinante de la inflación y no hay razón alguna que justifique cargar solamente sobre las espaldas del asalariado las medidas restrictivas de las remuneraciones mientras no se controlen y estrangulen los demás factores que concurren al proceso inflacionario (p. 10).

Alianza para el progreso a cambio de Reforma Agraria.
Dicha política económica llevada a cabo por Alessandri, en lo que se llamó la revolución de los gerentes, fracasó porque el boom de importación de productos fabricados en Estados Unidos y Europa, desde las medias de nylon hasta las citronetas, fue una variable que no tuvo contrapeso con la de las exportaciones.
¿Qué podía exportar Chile? Nada.
El cobre no era chileno y los ingresos que se obtenían por la recaudación de impuesto a las compañías americanas no alcanzaban para equilibrar la balanza de pagos entre lo que se compraba afuera y lo que se vendía desde acá. Ni siquiera productos agrícolas podía vender Chile, ya que la producción del campo era insuficiente para abastecer de alimento a toda la población, como lo hacía notar Faivovich. Ello significó que Estados Unidos, para concederle a Chile los créditos ofrecidos en el marco del plan Alianza para el Progreso (equivalente al plan Marshall en Europa) obligara a Alessandri a comenzar la profundización de la Reforma Agraria –que en rigor venía desde antes-, cuestión que atentaba contra los intereses de los grandes latifundistas, por lo que los sectores oligárquicos decimonónicos lo consideraron como un atentado inaceptable a la propiedad privada.
Y cuando el gobierno de Alessandri, por la presión de los empresarios nacionales para proteger sus productos, echó pie atrás, fijando barreras arancelarias o de otro tipo a las importaciones floreció el contrabando y el mercado negro de bienes de consumo novedosos que todo el mundo quería adquirir. A las casas de los profesionales acomodados o empleados públicos de carrera llegaban automóviles negros a la caída de la noche. Los contrabandistas, vestidos a la moda de los mafiosos de Chicago, eran recibidos con beneplácito. Desde grandes maletas que abrían con parsimonia, ofrecían whisky y cigarrillos importados, lencería fina y, sobre todo, las nuevas medias de nylon que tanto furor hicieron a principios de los 60. Por otra parte, la manufacturación de productos chilenos dejaba mucho que desear en calidad y los consumidores desconfiaban de todo lo Hecho en Chile por malo y lo Made in USA era símbolo de calidad irrefutable. Al final, los empresarios tuvieron que irse del gobierno y Alessandri tuvo que volver al viejo esquema de las alianzas partidistas para poder tener el apoyo suficiente en el Congreso. Es así que entraron los radicales al gobierno porque los democratacristianos no quisieron.
Como se aprecia, tanto en los gobiernos de Ibáñez como de Alessandri la acción del poder se mueve en un continuo flujo – reflujo, incipiente o con mayor fuerza, entre uno y otro de los modelos. El segundo actor, representado por el 60% de la población, obreros, campesinos, trabajadores no calificados, que viven en la pobreza material, aprovechan estos vaivenes para reivindicar sus derechos, organizarse en una Central Única de Trabajadores, luchar activamente en las calles, ir a la huelga. El escenario de la confrontación puede alcanzar niveles de rabia y violencia sin precedentes como el ya mencionado 2 de abril de 1957.

El sueño del Estadio: la fiesta universal.
Al mismo tiempo que los acontecimientos sociales iban anudando su trama hasta el trágico desenlace final, la nación vivía también en el ámbito deportivo grandes momentos de esplendor que llenaban de orgullo.


* * *
1962 fue para mí un año espectacular. La alegría inconmensurable que sentía cada vez que el equipo de la selección nacional anotaba un gol. Recuerdo que quedé vivamente impresionado cuando en la vitrina de la tienda “Casa García” vi las primeras imágenes que se movían en la cara de vidrio de una caja de madera barnizada que tenía unas perillas que cuando las movían la imagen se ponía más negra o más blanca. Me impresioné todavía más cuando me explicaron que esas imágenes eran captadas en el Estadio Nacional, viajaban velozmente por el aire hasta que se metían por una antena a la caja y aparecían en la pantalla de vidrio. Las primeras imágenes que vi fueron las del presidente de la época, Jorge Alessandri, cuando hizo un breve discurso para inaugurar el campeonato mundial de fútbol, el día 30 de mayo de 1962.
* * *

Esto fue lo que dijo el aludido Presidente Jorge Alessandri:
Señores:
En nombre del gobierno y del pueblo de Chile me complace dar la más cordial bienvenida a todas las delegaciones extranjeras que han llegado hasta nuestro país a participar en este significativo acontecimiento que es el Campeonato Mundial de Fútbol.
La creciente difusión y la enorme importancia que las actividades del deporte han adquirido en la vida de los pueblos, otorgan especial trascendencia a estos torneos. Concitan ellos el fervor de las masas y constituyen un valioso instrumento de solidaridad y acercamiento entre las naciones.
No es Chile una potencia de nota en el concierto deportivo mundial, pero su pueblo sí que es un entusiasta cultor de las diversas manifestaciones de la educación física y su público admira la destreza y la habilidad de aquéllos que destacan en la práctica de estas actividades.
Es posible, señores, que no disponga nuestro país de todas las comodidades y adelantos que otros pudieran ofrecer. Es probable que subsistan algunas insuficiencias que no hayamos podido superar, pese a nuestros esfuerzos. Pero, lo que yo os puedo asegurar y de ello podéis estar ciertos, es que en este rincón alejado del mundo existe para todos un sincero reconocimiento por habernos distinguido con la designación de país sede de este campeonato y en especial una expresión de afectuosa amistad hacia quienes están entre nosotros para intervenir y presenciar este importante acontecimiento deportivo.
Reciban todos, el más cordial saludo del pueblo de Chile.
También el deseo fervoroso de que el éxito acompañe el esfuerzo de los participantes. Y que el triunfo definitivo premie a aquéllos que lo merecen por sus aptitudes morales y físicas.
Declaro inaugurado el Campeonato Mundial de Fútbol de 1962.
            Parca alocución. No hay emoción, hay sentimiento apocado. No se condice con el ardor de las multitudes que repletan las galerías. Con las canciones que surgen. Con la sociabilidad que se genera en las casas que tienen un televisor y donde se reúnen decenas de vecinos que entre todos arman asados para celebrar cada uno de los goles de la selección chilena. La sociedad chilena había soñado tenazmente con este momento. Y el momento había llegado. El fútbol del mundo estaba aquí. El sueño de Carlos Dittborn y de millones de chilenos se había cumplido: “Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo”.


* * *
Y lo hicimos, dejamos de lado nuestras diferencias para abrazarnos cada vez que La Roja anotaba un gol. En las pichangas de barrio yo era Carlos Campos. Cuando empezaba a nevar en la pantalla de la televisión, a mí que era más ágil que un mono, me mandaban a trepar hasta el techo y mover la antena. Para distraerme mientras busco mis zapatos, hago estos recuerdos y tarareo una y otra vez la canción: “El mundial del ‘62 es una fiesta universal… Pásala, corre, métela, Gol, gooool de Chile! Un sonoro Cehacheí, y bailemos rock ‘n roll...”  En este mismo lugar, desde este banco en que ahora estoy sentado, prisionero, esperando que me lleven a otro sector del laberinto, rumbo al suplicio, celebré el combo que Leonel le pegó al jugador italiano David por cochino.
* * *

Las grandes transformaciones del gobierno popular
Luis Corvalán Marquéz (sic) plantea que al agotarse el modelo sustitutivo de importaciones, la fuerza política que lo había inspirado, el Partido Radical, “comenzó una sostenida decadencia y terminó siendo desplazado (años después) por el emergente Partido Demócrata Cristiano”, que se levantó en 1957 con un proyecto social y político destinado en gran parte a salvar el proyecto original de sustitución de importaciones mediante una Reforma Agraria que al distribuir la tierra y formar una masa de campesinos prósperos abriría un mercado interno a la industria nacional; la chilenización del cobre a través de una asociación entre el Estado y las empresas norteamericanas dueñas de la gran minería del cobre para generar mayor producción y exportación y así ingresos adicionales en moneda dura para financiar proyectos de desarrollo social y económico; y una mayor integración subregional, a fin de ensanchar  los mercados a la industria nacional; todo ello, complementado con ciertas medidas redistributivas, estímulos a la organización del campesinado y los pobladores y una reforma a la empresa (2001, p.17).
Fue por ello que en las elecciones presidenciales de 1964, Estados Unidos, consciente de que no era posible el desarrollo social y económico sin una transformación estructural que favoreciera a los más desposeídos y sobre todo en lo que decía relación con la tenencia de la tierra, es decir, la Reforma Agraria, no apoyó al Partido Nacional, sino que a la Democracia Cristiana, que propugnaba los cambios sociales dentro de un marco no rupturista, en lo que denominaba la revolución en libertad. De esta manera, era posible contener al enemigo interno, representado por el comunismo y el socialismo, cuyas fuerzas políticas eran cada vez mayor en un medio de cultivo ideal para la aplicación de sus ideas.
A la derecha, entonces, aterrorizada por el escaso apoyo popular que le brindaba la población en las urnas y de la fuerza incontenible con que venía la izquierda, con tesis transformadoras anticapitalistas radicales de algunos de los partidos, las que estaban en alza después del triunfo de la revolución cubana en 1959, para evitar un seguro triunfo de esta, no le quedó más remedio que apoyar al candidato democratacristiano en las elecciones presidenciales de 1964, Eduardo Frei Montalva, que fue elegido por una mayoría absoluta de 56,09% de los votos.
Una conclusión indesmentible podemos sacar de estos hechos: la amplia mayoría ciudadana que apostaba por un cambio social profundo en Chile.
El gobierno estadounidense, como ya sugerimos, creía que ningún proyecto económico basado en la exportación de bienes y servicios, (base de la economía liberal de mercado) tendría éxito en Chile si no se hacían cambios estructurales esenciales. Con el eslogan Revolución en Libertad, el PDC planteaba hacer las reformas sustanciales que apoyaba Estados Unidos sin cuestionar el esquema capitalista de producción. Estas reformas debían hacerse sobre todo en el campo, con una Reforma Agraria eficaz que transformara en propietarios de parcelas a decenas de miles de campesinos que con la ayuda de un organismo estatal cultivarían las tierras abandonadas de los latifundios y proveerían alimento para toda la población.
Este cambio sustantivo fue apoyado tanto por un mayoritario sector de la sociedad chilena como, con gran beneplácito, por Estados Unidos y también por la Iglesia Católica que, para dar el ejemplo, cedió cientos de miles de hectáreas de su propiedad. Sin embargo, el sector oligárquico de la sociedad chilena que había sido secularmente propietario de la tierra sintió que se estaba atentando contra la propiedad privada, uno de sus valores fundamentales. Esto alentó la formación de grupos radicales de derecha que no estaban dispuestos a dejar fluir sin contenerlo un proceso que, para ellos, se identificaba con la abolición de ese derecho fundamental consignado en la Constitución.

 La Unidad Popular
Dos de los vectores fundamentales sobre los cuales se va desarrollando el conflicto para instalar uno de los modelos en pugna, la Reforma Agraria y la Chilenización (Nacionalización) del Cobre, serán los pilares fundamentales del tercer vector: el ascenso al poder, con el gobierno de Salvador Allende, de la clase más desposeída, trabajadores, obreros y campesinos. Tal como lo explicitó en su primer discurso en el Estadio Nacional, el 5 de noviembre de 1970, titulado ¡BASTA DE DESIGUALDAD SOCIAL! (Diario La Nación, 6 noviembre 1970).
Dijo el pueblo: «Venceremos», y vencimos.
[….]
Sin precedentes en el mundo, Chile acaba de dar una prueba extraordinaria de desarrollo  político,  haciendo  posible  que  un  movimiento  anticapitalista asuma el poder por ellibre ejercicio de los derechos ciudadanos.
[….]
Vivimos un momento histórico: la gran transformación de las instituciones políticas de Chile. El instante en que suben al poder, por la voluntad mayoritaria, los partidos ymovimientos portavoces de los sectores sociales más postergados.

[….]
el combate ininterrumpido de las clases populares organizadas, ha logrado imponer  progresivamente  el  reconocimiento  de  las  libertades  civiles   sociales, publicas e individuales.
Esta evolución particular de las instituciones en nuestro contexto estructural es lo que ha hecho  posible la emergencia de este momento histórico en que el pueblo asume la dirección política de país.
[….]
ha llegado por fin el día de decir basta. ¡Basta a la explotación económica!
¡Basta a la desigualdad social!  
[….]
Heredamos una sociedad lacerada por las desigualdades sociales.


[….]
Acabaremos con los latifundios, que siguen condenando a miles de campesinos a la sumisión,  la  miseria, impidiendo que el país obtenga de sus tierras todos los alimentos que necesitamos. Una auténtica reforma agraria hará esto posible.
[….]
Recuperaremos para Chile sus riquezas fundamentales. Vamos a devolver a nuestro pueblo las grandes minas de cobre, de carbón, de hierro, de salitre. Conseguirlo está ennuestras manos, en las manos de quienes ganan su vida con su trabajo y que están hoy en el centro del poder.
Para respetar el análisis propuesto en el Marco Teórico, veamos ahora en el segundo discurso de Allende en el Estadio Nacional (titulado Un año de Gobierno Popular), el 4 de noviembre de 1971, cuánto de lo enunciado en el primer discurso fue realizado en la praxis política, social y económica del primer año de gobierno.
[….]
Hoy puedo decir, con legítimo orgullo de compañero Presidente, que es cierto también lo que expresara: Vamos a cumplir, y hemos cumplido.
El pueblo de Chile ha recuperado lo que le pertenece. Ha recuperado sus riquezas básicas de manos del capital extranjero.
[….]
Hemos acentuado y profundizado el proceso de reforma agraria; 1.300 predios de gran extensión, 2.400.000 hectáreas han sido expropiadas. En ellas viven 16.000 familias, y hay cabida potencial para 10.000 más.
Somos dueños. Podemos decir: nuestro cobre, nuestro carbón, nuestro hierro, nuestro salitre, nuestro acero; las bases fundamentales de la economía pesada son hoy de Chile y los chilenos.
[….]
El Congreso de Chile aprobó por unanimidad la reforma constitucional que nos permite nacionalizar el cobre. La iniciativa del Gobierno tuvo el respaldo de la totalidad del Congreso chileno.
Son numerosos los cambios que propone en el primer discurso a sus partidarios, sobre todo a los jóvenes: “con razón escriben en las murallas de París: «La revolución se hace primero en las personas y después en las cosas»” (Allende, Estadio Nacional, 1970). Aquí no se trata solo de un cambio de modelo político y económico, sino de la transformación de la persona. No puede ser protagonista de la construcción de una nueva sociedad quien sigue atado a las amarras de la antigua. Los individuos interpelados son llamados a transformarse no en sujetos de un Sujeto mayor, como plantea Althusser (1969, p. 34), sino en devenir ellos mismos Sujetos, con mayúscula.
            Se trata del hombre nuevo. Protagonista del cambio. Dueño de sí mismo y de su destino material.
            No es el hombre que sueña o tiene representaciones imaginarias de su relación con sus condiciones de vida, esperanzado en el cambio. Es el hombre accionando el cambio. Su vida se materializa en la praxis del bien común.
            Otros cambios económicos y sociales que propone Allende (son numerosos): “acabaremos con los monopolios, que entregan a unas pocas docenas de familias el control de la economía”, pueden ser corroborados en el segundo discurso como efectivamente implementándose, pero para este estudio basta con las transformaciones basales ya mencionadas. Estas venían articulándose en el tiempo, en mayor o menor medida,  desde mucho antes y en sucesivos gobiernos (Ibáñez, Alessandri, Frei), por lo que no se podría negar que contaban con un amplio respaldo consensuado y, por tanto, democrático, de los distintos sectores políticos, prueba de ello es la nacionalización del cobre, aprobada por la totalidad del Congreso.
           
La marcha atrás de estas transformaciones, durante la dictadura, confirma los dichos de Allende en cuanto a que el Análisis Crítico del Discurso nos revela efectivamente, un ejercicio ilegítimo del poder para perpetuar una situación de dominación de grupos poderosos sobre grupos dominados.
Ellos son los representantes (la derecha oligárquica), los mercenarios de las minorías que, desde la  colonia, tienen la agobiante responsabilidad de haber explotado en su provecho  egoísta   nuestro  pueblo;  de  haber  entregado  nuestras  riquezas  al extranjero. Son estas minorías las  que, en su desmedido afán de perpetuar sus privilegios, no vacilaron en 1891 y no han titubeado en 1970 en colocar a la nación ante una trágica disyuntiva. (Allende, Estadio Nacional, 1970)
Alberto Mayol (2012), explica que “el gobierno de Pinochet puede leerse con facilidad como un movimiento hacia las antípodas de estas dos reformas [transformaciones en este estudio]. Es, en sentido estricto, una Contrarreforma” (p. 37).
Importantes cambios legales permitieron la nueva concentración de tierras, no ya por latifundistas sino por grandes compañías madereras, por ejemplo, chilenas y trasnacionales, despojando nuevamente (con resquicios legales provenientes de una legalidad ilegítima) al pueblo mapuche de sus posesiones. Mientras la desnacionalización del cobre solo requería mantener la propiedad pública para las minas, aletargando el proceso de prospección e inversión de CODELCO, […] “permitiendo que grandes compañías transnacionales o privadas nacionales dotados de gran capital invirtieran en la minería sin obstáculo alguno. Fue así como la participación pública fue decreciendo. En definitiva, el esfuerzo de contrarreforma es un esfuerzo de concentración de la riqueza”. (Mayol, 2012, pp 40-41).
            Las únicas objeciones que se le pueden hacer a Mayol son semánticas, en cuanto se refiere a “reformas” e “importantes cambios legales”.  Hasta donde hay noticia, según la Constitución de 1925, abolida en la práctica a la sazón, las leyes deben ser legisladas en el Congreso Nacional, clausurado por la dictadura. En cuanto a las reformas, no cabe duda de que son transformaciones, en el sentido de que no se puede volver atrás y restablecer el estado anterior tal cual como  estaba (que la mariposa volviera a estado de pupa, por ejemplo), y como él mismo lo reconoce en el párrafo anterior.
            En cuanto a la ideología del discurso de Allende, es enunciada con absoluta claridad: “Nadie que conozca realmente la doctrina marxista puede dudar del carácter revolucionario del Gobierno Popular chileno y del camino que escogió y que sigue. No hay revolución sin transformación de la estructura social” (Allende, 1970).
            En la construcción dramática de la historia, la confrontación entre las dos visiones político-económicas diametralmente opuestas, fue adquiriendo cada vez más velocidad y violencia.

    Poesía y nubes de tormenta




El martes 5 de diciembre de 1972, el pueblo de Chile dio la bienvenida a Pablo Neruda, después de haber recibido el premio Nobel de literatura. La recepción popular se llevó a efecto en el Estadio Nacional.  El General Carlos Prats, en su calidad de Vicepresidente de la República, dio la bienvenida al poeta. Recordó al final del discurso (Prats, 1972, p. 11),  que Neruda, al recibir su premio de manos del rey Gustavo Adolfo, lo agradeció parafraseando al poeta francés Arthur Rimbaud, con un magistral mensaje a los hombres de buena voluntad: “solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres” (Neruda, 1971).


            Los versos originales de Rimbaud forman parte de su prosa poética y poemario Una temporada en el infierno, obra publicada por su propio autor en 1873: “A l'aurore, armés d'une ardente patience, nous entrerons aux splendides villes”. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)

        

Después tomó la palabra Pablo Neruda, preocupado por el rumbo que en el país estaban tomando los acontecimientos.

[…] me he dado cuenta de que hay algunos chilenos que quieren arrastrarnos a un enfrentamiento, hacia una guerra civil […]  tengo el deber poético, político y patriótico, de prevenir a Chile entero de este peligro., Mi papel de escritor y de ciudadano ha sido siempre el de unir a los chilenos. […] Pero la guerra civil es cosa muy seria. […] La lucha por la justicia no tiene por qué ensangrentar nuestra bandera. […] Yo asistí a una guerra civil (España, 1939) […] más de un millón de muertos, y la sangre salpicó las paredes de mi casa […] y vi, a través de las ventanas rotas, a hombres, mujeres y niños despedazados por la metralla. He visto, pues, exterminarse los hombres que nacieron para ser hermanos […] No quiero para mi patria un destino semejante (Neruda, 1972, pp. 17, 18).

            No hubo guerra civil. Pero hubo Golpe de Estado. Con los miles de muertos, encarcelados, torturados, desaparecidos que ya se sabe.
            La crisis se desencadenó cuando una de las fuerzas políticas vehiculares de las transformaciones fundamentales mencionadas antes, la Democracia Cristiana, no quiso seguir avanzando en el diálogo con la Unidad Popular.

Christian Reyes (2011) ha señalado que:

[…]  la historia del golpe de Estado  n dejab n a propio  Aylwin  n  la Democracia Cristiana con tal autoridad incólume (Correa et al, 2001, pp. 271-272; Salazar Pinto, 1999, p 164; Portales, 2000, pp. 24-26). In illo tempore, Aylwin fungía como presidente de ese partido, e integ en esa calidad las instancias ddiálog  las qu convocó  e nombrad ministro  católico  [Raúl Silva Henríquez] entre  e Presidente Salvador Allende, la Unidad Popular y fuerzas políticas de oposición, las semanaprevias a la asonada castrense contra el orden constitucional. De Ramón, citando a Oppenheim, asevera que […]  las  conversacione entre  la  Unida Popula y la democracia cristiana convocadas por el arzobispo Silvfracasaro pese a que se hab largo, porque el Partido Demócrata Cristiano no parecía tener ganade resolverla crisis y cada vez que ambas partes parecían llegar a uacuerdo, Aylwin aparecía con nuevas demandas (2004, p. 223) (Reyes, 2011, p. 148).


Documental Estadio Nacional


Día de la visita de los periodistas a los prisioneros del Estadio Nacional, Septiembre de 1973



No es objeto de este estudio analizar aquí las innumerables causas del desenlace expresado en el golpe de estado militar de 1973. Es abundante la historiografía desde uno u otro lado ideológico, pero lo que sí queda claro es que la clase económicamente dominante, hasta entonces dueña del capital, no aceptó el cambio de la estructura social, es decir, la abolición del capitalismo que estaba en marcha. En la práctica, como se verificó, impuso su modelo económico y político, llamado Economía Neo Liberal Social de Mercado, (para mencionar de una sola vez todas sus cartas credenciales semánticas) por la fuerza de las armas o con las Fuerzas Armadas. Y de paso, estas aprovecharon para salir de la tradicional postergación económica, de los salarios bajos y condiciones de vida no muy dignas, contra las cuales venían protestando hacía tiempo con asonadas como las del General Roberto Viaux Marambio, en tiempos de Frei Montalva. Para ello, se adjudicaron el 10% del total de las ventas del cobre, un sistema de salud y de pensiones a su medida, y así se situaron dentro de la elite privilegiada, con el beneplácito de esta, en agradecimiento al gran favor concedido de hacerla prácticamente dueña de las fuerzas productivas del país, estratégicas y de toda índole. Si históricamente los militares eran menospreciados porla sociedad civil, a tal punto, como confidenció Oscar Fenner Marín, que, para asistir a la universidad, debían hacerlo camuflados en traje de civil para no sufrir el escarnio de sus compañeros hacia todo aquello que vistiera el uniforme militar (Mayorga, 1998). Ahora se habían autoimpuesto un estatus social contra el cual no aceptaban el más mínimo reproche.
     Sobra decir que nada de lo expuesto más arriba hubiera sido posible en un régimen democrático y constitucional normal.
     Según Mayol (2012, p. 152):
[…] el modelo económico chileno nació en la oscuridad. Pero no en la oscuridad pura y simple de la maldad, que tiene siempre el mérito de tomar el riesgo. El modelo nació sin riesgo alguno, pues ese problema se lo llevaban los militares. Literalmente ellos cargaban con ese muerto, mientras los economistas cantaban a voz en cuello ‘ese muerto no lo cargo yo’.
Para terminar, queda solo hacer mención a la ideología general del modelo. Este se sustenta en que “[…] los problemas del país se solucionarían sólo (sic) sobre la base de un crecimiento económico progresivo que chorrearía ingreso general y, a partir de él, lo que se quisiera: educación, salud y, por supuesto, felicidad” (Drake y Jaksic, 2002, p. 502). Así, por lo tanto, la sociedad se haría más igualitaria, se terminarían los pobres. Lo primero se verificó en la praxis y tiene consistencia material. Lo segundo, parafraseando a Althusser y Freud, permaneció en el ámbito del sueño, vacío, elaborado con los residuos de la relación imaginaria del individuo con sus condiciones de vida y esperanzas de futuro.
Como demostraremos en el capítulo final que sigue, esa utopía solo cambiará de enunciador con el fin de la dictadura.


CAPÍTULO CUARTO
DESDE EL VATICANO A LO POSIBLE

  Llamado a los jóvenes (otra vez)
De la lectura de este trabajo se infiere, de manera transparente e inobjetable, que el núcleo del conflicto, el centro dramático del cual emergen todos los problemas sociales, todas las luchas, es la desigualdad entre chilenos. Y no se trata solo de una desigualdad de bienes, derivada de salarios que están por debajo del mínimo histórico, sino de una desigualdad de derechos. Nunca, en ningún período de la historia, todos los chilenos, fueren de la clase social que fueren, han tenido el mismo acceso a una educación de calidad, primaria, secundaria, universitaria, gratuita. Y tampoco a la salud.
            Chile es una República nacida de los principios de la Ilustración Francesa, inspirada en sus códigos legales, pero jamás los aplicó. Porque uno de los principios fundamentales de la Revolución Francesa fue la Igualdad, no de bienes, sino de derechos. Por eso, en Francia hasta el día de hoy la Educación es gratuita y de calidad para todos los franceses, pobres o ricos. Por eso la salud de calidad es gratuita hasta hoy para todos los franceses, independientemente del nivel de recursos que posea.
            La derecha francesa, que se colocó al alero de la Libertad como valor fundamental, nunca objetó el valor fundamental de la izquierda, la Igualdad de derechos. Y la izquierda nunca cuestionó el valor de la Libertad. Por períodos en Francia, la disputa política no fue muy fraternal; sirva como ejemplo la Comuna de París, pero nunca esos dos valores capitales han sido puestos en peligro.
            En Chile, nunca se establecieron.
Al revés, la estructura social ha sido siempre desigual. Y lejos de buscar una solución, los chilenos parecen empeñados en mantener, alimentar, hacer crecer esta desigualdad, como si el conflicto social fuese el motor de la sociedad.
            Catorce años después del golpe de estado, durante la visita al país del Papa Juan Pablo II, en el discurso a los jóvenes en el Estadio Nacional (todos los discursos son siempre a los jóvenes),  el jueves 2 de abril de 1987, después de recordar que ese estadio fue lugar “de dolor y sufrimiento en épocas pasadas”, cuando fue utilizado como campo de concentración para partidarios del gobierno de Allende, cita el ejemplo bíblico de la hija de Jairo, principal de la sinagoga, que ha muerto y Jesús, diciendo que solo está dormida, le ordena levantarse y la niña resucita. Con esa metáfora se dirige a los jóvenes chilenos:

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La fe en Cristo nos enseña que vale la pena trabajar por una sociedad más justa, 
que vale la pena defender al inocente, al oprimido y al pobre, que vale la pena sufrir 
para atenuar el sufrimiento de los demás. ¡Joven, levántate!

Papa Juan Pablo II, Estadio Nacional, 2 de abril de 1987. 
[…]
¡Cuántas energías hay como escondidas en el alma de un joven o de una joven! ¡Cuántas aspiraciones justas y profundos anhelos que es necesario despertar, sacar a la luz!
[…]
¡Asumid vuestras responsabilidades! Estad dispuestos, animados por la fe en el Señor, a dar razón de vuestra esperanza.
[…]
Vuestra mirada atenta al mundo y a las realidades sociales, así como vuestro genuino sentido crítico que os ha de llevar a analizar y valorar juiciosamente las condiciones actuales de vuestro país, no pueden agotarse en la simple denuncia de los males existentes. En vuestra mente joven han de nacer, y también ir tomando forma, propuestas de soluciones, incluso audaces, no solo compatibles con vuestra fe, sino también exigidas por ella.
[…]
Joven, levántate, ten fe en la paz, tarea ardua, tarea de todos. No caigas en la apatía frente a lo que parece imposible. En ti se agitan las semillas de la vida para el Chile del mañana. El futuro de la justicia, el futuro de la paz pasa por tus manos y surge desde lo profundo de tu corazón. Sé protagonista en la construcción de una nueva convivencia de una sociedad más justa, sana y fraterna. (Juan Pablo II, 1987)
            El análisis discursivo según lo dispuesto en el Marco Teórico, nos indica que el Santo Padre no percibía una praxis suficiente en la realidad social que pudiera cambiar el estado de las cosas, de avanzar hacia una sociedad más justa, “la fe en Cristo nos enseña que vale la pena trabajar por una sociedad más justa, que vale la pena defender al inocente, al oprimido y al pobre, que vale la pena sufrir para atenuar el sufrimiento de los demás” (Juan Pablo II, 1987). Por tanto, el propósito del discurso, consistente con la ideología cristiana, es el llamado a los individuos participantes en el contexto, a despertar del sueño de la inacción, a transformarse en sujetos protagonistas de los cambios, ya que, (parafraseando a Althusser) hay un Sujeto, mayor, con mayúscula, que cuenta con ellos para cambiar el mundo:
Dios cuenta con los jóvenes y las jóvenes de Chile para cambiar este mundo. El futuro de vuestra patria depende de vosotros. Vosotros mismos sois un futuro  […]  Este mundo, que es el vuestro, no está muerto, sino adormecido. En vuestro corazón, queridos jóvenes, se advierte el latido fuerte de la vida, del amor de Dios (Juan Pablo II, 1987).
            En cuanto a la legitimidad del poder político, en el discurso se reconoce la aceptación de una realidad constituida por opresores y oprimidos.
            En relación con cuánto de lo solicitado se transformó en praxis, sería materia de otra investigación averiguar la influencia de las palabras del Papa en los jóvenes y los cambios que se produjeron en Chile en el período que va de abril de 1987 a septiembre de 1988, cuando tuvo lugar el plebiscito que decidía la continuidad o no del dictador. Fue un lapso intenso de un año y medio y es prudente conceder que parte del triunfo del No se haya debido al despertar de muchos jóvenes, que se inscribieron efectivamente en los Registros Electorales para marcar la opción que terminaría con la dictadura.

La medida de Aylwin

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Sean trabajadores o empresarios, obreros o intelectuales; abrir cauces de participación
democrática para que todos colaboren en la consecución del bien común; acortar las 
agudas desigualdades que nos dividen y, muy especialmente, elevar a niveles dignos 
y humanos la condición de vida de los sectores más pobres; cuidar de la salud de nuestros 
compatriotas, lograr relaciones equitativas entre los actores del proceso económico

Patricio Aylwin, 12 de marzo de 1990.
El discurso del primer presidente post dictadura, elegido por sufragio universal, Patricio Aylwin, en el Estadio Nacional, el 12 de marzo de 1990, copia casi literalmente el inicio de la alocución del Papa Juan Pablo II, en cuanto al pasado del lugar: “[…] desde este recinto, que en tristes días de ciego odio, de predominio de la fuerza sobre la razón, fue para muchos compatriotas lugar de presidio y de tortura, decimos a todos los chilenos y al mundo que nos mira: ¡Nunca más!” (Aylwin, 1990), y recoge como valedera la metáfora según la cual el pueblo chileno había estado sumido en un largo y profundo sueño.
Desde aquí, donde Su Santidad Juan Pablo II dijo a los jóvenes chilenos que los valores del espíritu -como la hija de Jairo- no estaban muertos sino dormidos, proclamamos ante la faz del universo que el tradicional espíritu cívico y democrático del pueblo chileno, que nos ganó prestigio entre las naciones y fue justo motivo de orgullo patrio, no murió nunca; pudo dormirse, pero luego de años de sufrimiento, de amarguras, luchas y tropiezos, ha despertado con el ánimo alerta para no dormirse más. (Aylwin, 1990)
El problema para esta novel democracia, según Christian Reyes,
a la que, de acuerdo al nuevPresidente, se la supone despertando de un su que fueron los años de ldictadura  desde luego, el término más exacto sería elde una pesadilla—, es que la Concertación pocos meses antes ha aplicado ese principio rector de qu harealidades existentes que merecen ser conservadas (Reyes, 2011, p. 213).
            Esas realidades, en lo esencial, son la Constitución de 1980 y el mantenimiento del modelo económico social de mercado. Es en ese marco práctico que la interpelación del presidente a los participantes, en cuanto al rol que les cabe en una futura praxis social, no difiere mucho tampoco de la de Karol  Wojtyła:
[…] Sean trabajadores o empresarios, obreros o intelectuales; abrir cauces de participación democrática para que todos colaboren en la consecución del bien común; acortar las agudas desigualdades que nos dividen y, muy especialmente, elevar a niveles dignos y humanos la condición de vida de los sectores más pobres; cuidar de la salud de nuestros compatriotas, lograr relaciones equitativas entre los actores del proceso económico. (Aylwin, 1990)
            Con estas palabras, Aylwin está reconociendo, ni más ni menos, que el aludido modelo económico no ha satisfecho todavía las demandas sociales que era imperativo satisfacer, como lo advirtieron de la misma tribuna, Juan Pablo II, y antes de él, González Videla, y antes, San Alberto Hurtado. Por lo tanto, la lógica del discurso es que debe contener la promesa que serán cumplidas en el futuro, eso sí, con algunas prevenciones: “[…] los requerimientos son múltiples. Hay muchas necesidades largamente postergadas que esperan ser satisfechas. No podremos hacer todo al mismo tiempo. Deberemos establecer prioridades. Lo justo es empezar por los más pobres”. Y prosigue más adelante:
[…]  Para salir de la pobreza tenemos que crecer, y esto exige estimular el ahorro y la inversión, la iniciativa creadora, el espíritu de empresa. Las políticas gubernamentales deberán conciliar los legítimos requerimientos en la satisfacción de las necesidades fundamentales, con espíritu de justicia social, y las exigencias ineludibles del crecimiento (Aylwin, 1990).
            Sin embargo, la hipótesis de que el emprendimiento y el crecimiento económico, en tanto pilares del modelo, avanzarían en la dirección de lograr la tan soñada justicia social (o fin de la pobreza), por la teoría del chorreo, se ha revelado falsa.
            Como lo explica Alberto Mayol (2012), ya ha quedado en descubierto que la relación del Estado con la desigualdad es que la sociedad, por el modelo que la mueve, debe producir libremente, sin mayores restricciones, nuevos emprendimientos y por ende, mayor crecimiento. “El resultado de ello puede ser una sociedad desigual, pero al haber generado dinamismo, habrá más recursos disponibles y más impuestos por efecto de ello” (p. 73), con los cuales paliar la desigualdad, que es la lógica de lo que se ha venido haciendo desde hace casi cuarenta años a la fecha, es decir, desde 1975, aproximadamente.
            Pero ese paliativo es insignificante. Según una estadística dada a conocer por la Fundación Sol  (La Nación, junio 2012) el salario mínimo en Chile desde el año 2003 a la fecha ha aumentado en solo $66.352 en los últimos 8 años, al pasar de $115.648 a $182.000 en dicho período, con lo que se llega a un promedio levemente superior a $8.000 por año. Por su parte, el PIB (Producto Interno Bruto), de 2002 a 2010 ha crecido de aproximadamente 64 mil a 200 mil millones de dólares (Mayol 2012, p. 122), y en cifras de 2011 alcanza los US$ 280 mil millones. Es decir, se ha casi quintuplicado, pero ello no ha incidido para nada en el valor del salario mínimo. No hay relación entre esas dos variables. Y nada hace pensar que pueda haberla en el futuro.
            En tanto ideología del discurso, según la línea teórica de Van Dijk y Althusser, que se ha venido siguiendo, consciente de la gravedad del problema social, Aylwin les solicita tiempo a los individuos participantes y transformarse en sujetos inscritos en una entidad mayor, el Sujeto, con mayúscula, que en este caso es el Gobierno del Pueblo:
[…]  todo en la vida requiere tiempo. ¿Cuántos años nos costó recuperar la democracia? El hecho de que ahora tengamos un gobierno del pueblo no significa que los problemas se van a solucionar milagrosamente; significa, sí, que de inmediato, desde ahora mismo nos vamos a poner a trabajar para solucionarlos, y contamos par ello con el esfuerzo y participación de todos. Solo así consolidaremos nuestra democracia y resolveremos los problemas (Aylwin, 1990).
            Lamentablemente, al obviar que el verdadero gobierno no era el del pueblo sino de los actores relevantes del modelo, los dueños del capital, de los grandes empresarios que ya habían concentrado la riqueza del campo y la minería, y el sistema financiero, banca y bolsa de comercio que, como bien lo explica Mayol  (2012, p. 41), se capitaliza con el impuesto obligatorio del pueblo, vía Administradoras de Fondos de Pensiones, por lo que el crecimiento económico, por esos cauces logrado, es espectacular (basta con observar la vertiginosa elevación del PIB),  pero disociado de lo social, ya que crecer, como se vio, es sinónimo de reproducción de la lógica de desigualdad.
            Aylwin, en el fondo, está invitando a soñar una vez más, porque lo que sucede es que, como plantea Althusser, los sujetos solo establecen una relación imaginaria entre su condición actual de vida y la esperanza de justicia y dignidad que se les instala, que nunca se ha cumplido, pero que esta vez –se instala el engaño- sí se cumplirá. En la medida de lo posible…


CONCLUSIONES
Hemos expuesto una arista de la memoria del elefante blanco. No es posible abordarlo todo. Tantos acontecimientos ocurridos en un mismo lugar. Sí podemos, a partir de este estudio, apropiándonos de la imagen del escritor Daniel de la Vega, consignada en El Mercurio, el día después de la inauguración: “los atletas en el estadio se sentirán como examinados por un vidrio de aumento, como subrayados, como alzados en un pedestal”, que son los fragmentos de la historia nacional expuestos los que, por haberse expresado en ese recinto han cobrado un singular relieve. Examinados como por un lente de aumento, nos han revelado el deseo íntimo de nuestra sociedad de ser más igualitaria, más solidaria, más fraterna, y al mismo tiempo, la barrera del poder, de la concentración de la riqueza, de la codicia de una minoría egoísta que lo impide. Queda claro que siempre ha sido así. Este insalvable conflicto nos llevó a conocer las entrañas de nuestro elefante, con su enrevesado laberinto de pasadizos, túneles, escaleras, camarines, que conducen al centro oscuro donde se intentó resolver la pugna mediante el suplicio y el crimen, pero solo multiplicó la división.

* * *
            Duele en lo profundo del hombre, del corazón del niño que todavía late,  haber visto convertido en campo de concentración el Estadio Nacional. Duele en la felicidad de la niñez, en la risa pura del inocente que de la mano de su padre asiste al duelo de las universidades, por los chistes de las claques. Duele estar muerto entre tantos vivos. Duele estar todos los días de duelo.
* * *
            El Estadio Nacional, llamado a ser escuela de patriotismo y fe democrática por Garcés Gana, el ministro del interior de Arturo Alessandri, padre de la obra. Lugar donde tantos deportistas conquistaron preseas. Marlene Arhens cuando quiebra el récord sudamericano del lanzamiento de la jabalina, en 1955, o las épicas carreras del velocista Mario Recordón. Iván Moreno y los diez segundos en 100 metros planos. El duelo entre Arturo Godoy y el campeón mundial de boxeo Joe Louis, en febrero de 1947. Cientos de miles de escolares que han hecho deporte en sus instalaciones. Tantas gestas que sería interminable nombrarlas todas
            La investigación reveló que en los seis discursos analizados en profundidad (y también en otros mencionados), antes y después del golpe de estado de 1973, hay en común el llamado a terminar con la desigualdad, definida como la injusta repartición de la riqueza producida por el país, estableciendo una brecha estructural entre ricos y pobres. Siempre avanzando en el tiempo, ya se trate del ministro de Hacienda de Arturo Alessandri, Francisco Garcés Gana, en la jornada inaugural del Estadio, del padre ahora santo Alberto Hurtado, Gabriel González Videla, Salvador Allende, el Papa Juan Pablo II,  Patricio Aylwin y numerosos otros personajes, sus palabras puestas en relación con los acontecimientos históricos dibujan dos vectores de progresión dramática implacable en el tiempo hasta originar la  tragedia histórica de 1973.
            Por una parte, cómo se va generando la desigual repartición de la riqueza producida  en Chile a partir de 1938, período clave porque corresponde al de la industrialización del país, y cómo ésta va impulsando la toma de conciencia popular, la formación de organizaciones, entre las cuales la más importante es la de la Central Única de Trabajadores (CUT) fundada en 1953,  manifestaciones, movilizaciones, paros,  huelgas y convulsiones sociales con que los trabajadores rechazan la marginación a la que se los condena, anudando el conflicto irreconciliable entre chilenos: la profunda e insalvable división de la sociedad que se mantiene con igual si no mayor agudeza en nuestros días producto de la brecha sistemática, tanto en igualdad de poder adquisitivo como de derechos elementales como la educación y la salud, que se va abriendo entre chilenos.
            No cabe duda de que el intento de revertir esta aberrante manifestación de convivencia social por medio de una transformación radical –como queda claro en el primer discurso de Allende en el Estadio Nacional- que exploró el gobierno de la Unidad Popular fue una de las causas principales que condujeron al golpe de estado de 1973.
            La importancia del punto de vista que se plantea en este trabajo es que de los seis discursos principales analizados, el solo hecho de haber sido pronunciados en períodos históricos distintos (Hurtado, 1944; González Videla, 1946; Allende, 1970, 1971; Papa Juan Pablo II, 1987; Aylwin, 1990) y contener en ellos el mismo llamado a superar la injusticia social y lograr el advenimiento de una sociedad más igualitaria, evidencia que aquello no se ha cumplido. Y queda claro que la situación sigue empeorando con la última Carta Pastoral de Monseñor Ezzati, cuando se refiere a que es escandaloso que una persona que trabaja no gane lo suficiente como para vivir dignamente.
            De aquí surge otra conclusión que se puede inferir de los análisis efectuados y que se refiere al contenido ideológico de los discursos mismos.
            En tanto no se observa que el propósito de estos haya derivado a una praxis real política y económica, excepto el primero de Allende, en 1970, que se fue cumpliendo al pie de la letra (Reforma Agraria, Nacionalización del cobre), siguiendo el camino teórico que propone Althusser, en cuanto a que las ideas de la ideología que no se materializan en actos en práctica, son solo sueños vacíos, como planteaba Freud, sin contenido, formados por los residuos de la experiencia diurna, se puede afirmar que tales discursos eran nada más que sueños, expresiones surgidas de una sociedad dormida, tal como lo asevera el Papa Juan Pablo II, instando a los jóvenes a despertar para construir una sociedad más justa. Aylwin, como se vio, afirmaría después que la sociedad por fin ha despertado del sueño -o más bien de la pesadilla, como señala tan bien Christian Reyes-, pero el hecho concreto es que veintidós años después, en 2012, la Carta Pastoral de Monseñor Ezzati estaría demostrando lo contrario. No se ha despertado aún del sueño puesto que la desigualdad basal del modelo económico se sigue reproduciendo por la misma lógica de crecimiento de éste, como lo demuestran Alberto Mayol y las estadísticas referidas a aumento del PIB y reajustes del salario mínimo, ya observadas.


Para apoyar aún más esta tesis nos encontramos con un discurso de Michelle Bachelet, el 13 de diciembre de 2005,  en el Estadio Nacional, durante el cierre de la campaña electoral que la llevaría a 

la presidencia:

Amigas y amigos de todo Chile, 


Cuando soñamos todos juntos, el sueño se hace realidad. El Chile mejor que todos hemos soñado está ahí, al alcance de la mano. Es la hora de un Chile más justo, más moderno, más igualitario. El 

Chile de los valores, el Chile de la solidaridad. 
         No vamos a redundar en lo que ya está claramente explícito. El discurso de la actual candidata de la Nueva Mayoría, sigue siendo el mismo. Pasó su gobierno. Pasó el gobierno de Piñera. Y todo está como antes, si no, peor. Sólo diremos que, en resumen, se puede concluir que la sociedad chilena duerme, desde 1938, o tal vez desde mucho antes, y que los individuos dormidos mal pueden hacerse cargo de los problemas que con urgencia reclaman una solución. Los sueños de este dormir se han vuelto pesadilla en el pasado, a lo mejor por aquello de que los sueños de la razón producen monstruos, de Francisco de Goya. Hay, por cierto, durmientes bellas esperando el beso mágico para despertar, pero no es el caso de la sociedad chilena, que es, hoy por hoy, más bien una fea durmiente.
            Como guinda de la torta, y en tanto este es un Análisis Crítico del Discurso, como lo proponen Van Dijk, Fairclough, N. y Wodak, R. y por ende, militante, que toma partido por la causa de los más débiles y desposeídos frente al poder dominante, he aquí un ejemplo de cuán soñadores seguimos siendo: el precandidato de la Alianza, Andrés Allamand, declaró a El Mercurio del 5 de noviembre del presente año que las primarias garantizaban la unidad de la centro derecha y ofrecían la gran oportunidad de escuchar a la gente, sus demandas, elementos cruciales “para así juntos reconstruir el sueño de un país más justo para todos".
            Es probable la presencia del señor Allamand en el estadio cuando habló el Papa, y si no, habrá tomado nota del discurso que pronunció. Como sea, está claro que no despertó. Al menos ello se infiere de su propuesta programática, al señalar que “el emprendimiento privado es el principal motor económico que permite dejar atrás la pobreza y empezar a cerrar la brecha de las desigualdades” (La Tercera, 2 de diciembre de 2012). Más o menos lo mismo propone el otro pre-candidato de la Alianza, Laurence Golborne.
            Ya se demostró que no hay relación alguna entre crecimiento económico y reducción de la desigualdad. Al revés, el primero reproduce la segunda: a mayor crecimiento, mayor desigualdad.
            Soñar, por cierto, no cuesta nada. Solo queda emplazar a todos los candidatos que sueñan con sentarse en el sillón presidencial a traducir en actos en práctica, hoy, en este minuto, a cada instante, por el bien de Chile y la justicia social, sus sueños.
            Para que despierte la fea.

*** 



Tesis para optar al Grado Académico de Licenciado en Comunicación Social
y Título Profesional de Periodista, Universidad de las Comunicaciones (UNIACC),enero 2013
Registro Propiedad Intelectual Nº 224.621
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